La sesión fue penosa porque los diputados vinculados con las mafias y la corrupción se dieron el lujo de desafiar de forma descarada a los héroes de la plaza de 2015. Esto ha engrosado las filas de envalentonados que añoran el retorno del estado de cosas antes de abril de 2015. Vieron en la actitud impotente de Aldana y Velásquez la luz al final de su túnel: la ciudadanía los dejó solos.
Se percibe que las incertidumbres que plantea el cambio de gobierno en Estados Unidos generaron ya una disminución del apoyo político de la embajada de ese país a la Cicig y al MP. Pero, sobre todo y lo más grave, quedó demostrado que el MP y la Cicig no tienen el apoyo de una ciudadanía activa (¿cuántos fueron a manifestar en su apoyo?). Quedó demostrado que la plaza de 2015 está muerta y que no pasa de ser un recuerdo nostálgico.
Quizá el MP y la Cicig pecaron de excesivamente socráticos: que el contenido de la propuesta sea válido y correcto no la hace políticamente viable. Por desgracia, la guatemalteca es una sociedad que continúa siendo profundamente racista, y por ello estoy más que seguro de que el reconocimiento constitucional a las autoridades ancestrales incomoda a muchos de los que estuvieron en la plaza el año pasado. Ven bien encarcelar funcionarios públicos corruptos, pero se horrorizan ante la posibilidad de que los indios anden juzgando gente, como le escuché decir a alguien la semana pasada.
¿Cuántos de los que manifestaron en la plaza el año pasado están convencidos de que el ladino es una raza superior a los mayas y de que estos se caracterizan por ser brutos, haraganes y necios (con aquello de las indiadas y el decir ¡no seás indio! por ¡no seás necio!)? Así, aunque el Congreso hubiese aprobado la propuesta, temo que por este mismo racismo la consulta popular, si se hiciera hoy, sería un fracaso. ¿Cuántos de los que irían hoy a votar por una consulta popular no padecen de este mismo racismo? La victoria de Trump en Estados Unidos demuestra la existencia de estos convencimientos íntimos y políticamente incorrectos que pueden salir a luz a través del voto secreto.
El racismo no se erradica con una reforma constitucional. Y tampoco la Cicig y el MP lo van a lograr por sí solos. De hecho, estoy convencido de que ese solo elemento de la propuesta les restó apoyos masivos.
Guatemala no ha cambiado. En 2015 se dieron unos pasos adelante, sí, pero ahora, con La Juntita gobernando el Ejecutivo, la recaptura mafiosa de la presidencia de la Corte Suprema de Justicia y la nueva junta directiva del Congreso, parece que el riesgo es de retroceder en esos pasos al ritmo y son de las mafias y la corrupción.
Se puede decir que se ha perdido una batalla, pero no la guerra en contra de la impunidad, la corrupción, el racismo y otros males estructurales de nuestra sociedad. Pero es imperativo que entendamos que la Cicig y el MP por sí solos no la van a ganar. La victoria depende de la ciudadanía, de lo que hace un año con entusiasmo llamamos la plaza.
¿De verdad vamos a seguir dejando solos a la Cicig y al MP? ¿Será que son tan grandes nuestra haraganería, nuestro desinterés, nuestra pasividad y nuestra apatía como para que permitamos que la recaptura del Estado por mafiosos y corruptos termine de consolidarse? ¿Puede la plaza levantarse de su tumba actual?
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