Han recorrido el mundo las escenas de supremacistas blancos y de neonazis desafiando con antorchas a la comunidad universitaria y atacando a quienes protestaban pacíficamente su presencia. A pesar de que los neonazis estaban armados hasta los dientes, las fuerzas de seguridad brillaban por su ausencia para mediar en el caos. El saldo es de tres muertos —entre ellos una joven activista— y una veintena de manifestantes heridos, atropellados por uno de estos fanáticos terroristas.
Recuerdo todavía el escalofrío que experimenté la mañana siguiente de las elecciones, cuando en la radio confirmaban oficialmente quién sería el próximo presidente estadounidense. Sentí, literalmente, la pata del elefante aplastándome sobre la cama, sofocándome de angustia e incertidumbre. Fue el día que más me ha costado salir de la casa, temerosa de que alguien, con licencia ahora para expresarse abiertamente, me insultara o atacara por ser quien soy. Después de todo, casi la mayoría de los estadounidenses acababan de elegir no solo a un vulgar empresario y acosador de mujeres, sino a un xenófobo alineado con grupos racistas.
Así pues, los hechos en Charlottesville estremecen e indignan, pero a muchos no nos toman por sorpresa. El Centro Legal Sureño contra la Pobreza (Southern Poverty Law Center) es una institución dedicada a identificar, monitorear y cuantificar el número de grupos racistas y extremistas en los Estados Unidos. Según el centro, existen actualmente 917 grupos de esta naturaleza en el país. Durante la presidencia de Barack Obama se incrementaron de 932 a 1 018. Luego, los grupos disminuyeron, pues pasaron a operar en las redes sociales, pero durante la campaña electoral pasada, que cortejaba a estos grupos, volvieron a aumentar y llegaron casi al millar.
El pasado colonial de Estados Unidos y la violencia sobre la cual esa nación fue fundada y erguida tienen un peso preponderante en los hechos que este fin de semana podrían haber marcado, como expresó uno de los líderes extremistas, un «momento crucial» en su movimiento. Varios estudiosos, entre ellos el historiador Winthrop D. Jordan, argumentan que la supremacía blanca es un constructo social, un concepto dinámico con distintas manifestaciones a través del tiempo y según el lugar. La llegada de los exploradores y conquistadores europeos al continente marca el inicio de las categorías raciales para jerarquizar el valor de unos grupos sobre otros, de modo que se crea el concepto de blancos y estos se convierten en los supuestos civilizadores frente a la amenaza del otro.
En un primer acto llevaron a cabo el genocidio de los pueblos originarios, vistos como una amenaza a su empresa de expansión y expoliación de la tierra. Luego instauraron la esclavitud de los negros como institución, predominantemente en el sur, para expandir su riqueza por medio del robo del trabajo de estos, aunque se los vea como dóciles y haraganes. Con la emancipación de los negros se desata una violencia sistemática contra estos, pues, una vez libres, son considerados una amenaza.
Surgen así grupos como el Ku Klux Klan para perpetuar esa dominación y ese control, que se manifestaban con actos violentos, pero también desde el Gobierno por medio de la prohibición o la limitación del derecho al voto, la sanción de leyes segregacionistas y la falta de inversión social en sus comunidades, de manera que se los orillaba a la precariedad.
Se decía que, con la presidencia de Obama, Estados Unidos entraba en una era posracial. Nada más alejado de la realidad, y así lo prueban los hechos en Charlottesville. Un amigo historiador afroestadounidense dice que la experiencia racial se asemeja a una banda elástica: cuando se encuentra en su estado natural, sin ninguna presión, es pequeña y restrictiva de la igualdad o equidad racial. Pero hay momentos en que, debido a la presión social, se expande y permite mayores derechos y oportunidades.
Me temo que hoy asistimos a la reducción de espacios democráticos por par parte de un gabinete gubernamental dominado por la extrema derecha nostálgica y por un mandatario convenientemente ineficaz y corrupto que, al igual que las fuerzas de seguridad, está al servicio de la desunión, el odio y el rencor. Del resto de la mayoría de los ciudadanos, incluyendo la derecha moderada, dependerá que la banda elástica no regrese a su estado natural.
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