Uno es el colapso del sistema nacional de salud. Por más que se pretenda cerrar los ojos, no se puede soslayar. La situación ha llevado al doctor Alfonso Cabrera a considerar su renuncia. La verdad, no entiendo cómo Alfonso aceptó el cargo de ministro. Lo conozco desde 1979. Es una persona honesta, honrada, y su capacidad como cirujano cardiovascular es incuestionable.
El problema no solo de él, sino de cualquier ministro por muy capaz que sea, estriba en los politiqueros con quienes tiene que tratar. Como diría mi abuela: «Son otros cincuenta pesos».
En orden a esos politiqueros, creo, las manifestaciones que amenazan volverse multitudinarias no deben tener como epicentro la Plaza de la Constitución. El sitio justo debe ser frente al Congreso de la República. De nada sirve que otro presidente renuncie si en el hemiciclo persisten esos diputados patanes, berrinchudos, discriminadores y contumaces.
Otro escenario es el de la Marcha por el Agua. Once días duró la travesía, que se inició en Purulhá, Baja Verapaz, y en Tecún Umán, San Marcos. Llama la atención la escasa cobertura que la prensa nacional le dio en su inicio y en el trayecto. Aun el suceso final está siendo cubierto sin mucho rimbombo y en páginas que hacen referencia a la provincia, ese término despectivo que con frecuencia se utiliza en la ciudad capital.
No existe una ley que regule el agua, si bien la Constitución de la República establece en el Artículo 127: «… todas las aguas son bienes de dominio público, inalienables e imprescriptibles. Su aprovechamiento, uso y goce se otorgan en la forma establecida por la ley, de acuerdo con el interés social…». Pero no hay una ley de aguas. Y de esa cuenta, hasta los ríos se están robando. Conste que el problema actual es el desvío. La contaminación se ha venido dando desde muchos años atrás. Y establezco el inicio de ese muchos años atrás en la década de los 60 del siglo pasado.
Entre 1961 y 1963 aprendí a nadar en el río Cahabón, entre los puentes San Vicente y Chiu de Cobán, Alta Verapaz. Había en el trayecto remansos a los que les dimos nombre propio (la Poza Azul, entre otros). Eran cristalinos. Y, ¡cosas del ser humano!, un día de tantos, en lugar de construir una fosa séptica, decidieron derivar los desagües del hospital nacional hacia el río, que estaba a unos 200 metros del nosocomio. Y allí comenzó el desastre.
Como antepenúltimo escenario, el despliegue de fuerzas militares a la frontera con Belice. ¿Es que no tiene capacidad el Gobierno para dirimir los sucesos que acontecen en aquellos límites por la vía diplomática? Por supuesto que es función del Ejército resguardar nuestras fronteras. Es un mandato constitucional. Pero hacer despliegues militares en pleno siglo XXI antes de agotar los protocolos diplomáticos —siendo nosotros un país de tercer mundo— es llamar al recuerdo las cortinas de humo que tiraba Miguel Ydígoras Fuentes con sus calenturientos sueños de invadir Belice.
De ser ciertos los hechos de que tres guatemaltecos fueron baleados por soldados beliceños y de que un niño pereció en el ataque, pues, ¡carajo!, el asunto es intolerable. Empero, es el momento de los investigadores, los abogados y los diplomáticos, no de movilizar 3 000 soldados a la frontera con todo lo que ello implica. Y haber retirado al embajador, ¡ay, Dios!, como para una película que se llame ¿Y dónde está el canciller?
A guisa de penúltimo, el grosero chiste de don Jimmy en cuanto a ofrecer mano de obra barata a Donald Trump. Entiendo que a nadie quiso ofender. No obstante, esos chistes, en la boca de un presidente, son para que los asesores y él mismo se replanteen si están en el lugar correcto.
Finalmente, la calificación de los primeros 100 días de gobierno realizada por Ipnusac, Cadep UFM, DIP URL, Asíes, Movimiento Semilla, Cacif, CUC e Icefi es para que, de nuevo, Jimmy reflexione acerca de su futuro.
Más de este autor