Todo empieza con la tradicional e institucionalizada forma de llegar a los puestos. Que fulano es mi tío, que el otro conoce a mi hermano, que aquel estudió con mi papá. En Guate lo llamamos tener cuello, que interpreto de la siguiente manera: una persona con cero o pocas aptitudes (inepto) para el cargo en el cual se desempeña, estorbando más que colaborando en el óptimo desempeño de la institución (todo por ser el sobrino del diputado).
Y si de círculo vicioso se trata, de esta forma comienza una larga cadena de favores malignos que se heredan de generación en generación, en la cual surgen frases como «nos debés un favor», «ahora soy yo el que te quiere molestar», «te acordás de que mi hermano te ayudó», etc. Por lo regular, estos recordatorios sirven para, precisamente, beneficiarse ambos utilizando el poder que mal han adquirido sin importar el cómo, el dónde y el qué.
Digo que ha sido un poder o cargo mal adquirido porque los ineptos aparecen como ministros sin dominio básico de la historia nacional y los perezosos se convierten en diputados sin la mínima intención de cumplir con el horario laboral. Otros se proclaman vicepresidentes y mueven todo a su alrededor para triplicar su patrimonio, y mal firman como presidentes los que, haciendo gala de su crecida estupidez, recurren a la mentira con la esperanza de seguir en el ciclo del te ayudo para que me ayudés.
¿Cuánto tiempo llevamos en Guatemala con este ciclo vicioso? ¿Estamos acostumbrados a tolerar la corrupción? ¿Es posible que la generación presente o las futuras quiebren estos favoritismos?
El antes, durante y después de la renuncia de R. Baldetti es la oportunidad única de mandar un mensaje claro a todos los que fueron electos para un cargo público: que el pueblo de Guatemala no es pendejo.
Ante tal coyuntura política, los escenarios posibles aparecen como vaso de agua en pleno desierto. Algunos son retrasar la fecha de las elecciones hasta tener candidatos aptos, inteligentes y honestos, con propuestas y planes de gobierno que no sean copy-paste de Wikipedia; continuar con las manifestaciones pacíficas hasta que los ladrones vestidos de políticos implicados sean llevados a juicio y encarcelados; ampliar la petición de transparencia a otros espacios como educación, salud, seguridad; etc.
Sea cual sea el desenlace de esta etapa histórica en Guatemala, los políticos corruptos deben tener la certeza de que no vamos a exigir al Congreso ni a los jueces nada que no esté dentro del debido proceso; de que los guatemaltecos, a pesar de estar decididos a demandar de ahora en adelante que los servidores públicos sean precisamente servidores del pueblo, no vamos a irrespetarlos ni a tirarles piedras cuando los veamos en la calle con los guardaespaldas que pagan nuestros impuestos. Los ladrones políticos deben entender que si exigimos su renuncia es por el bien de la mayoría.
Que agradezcan que no están ante tribunales como los de China, pues, de imaginarnos los veredictos, muchos acompañarían a Liu Zhijun, exministro de Ferrocarriles, condenado a pena de muerte en suspenso por corrupción y abuso de poder. Si a Zhijun lo condenaron a muerte por 8.1 millones de euros, no queremos saber lo que les harían a los más de 20 implicados en la red criminal de defraudación aduanera llamada La Línea, donde cada persona podía obtener cada 15 días 2.3 millones de quetzales.
Dicho lo anterior, en Guatemala los corruptos tienen suerte porque, en el peor de los casos, lo único que tendrán que hacer es devolver el dinero robado y pasar algunos años en la cárcel.
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