Razones sobran: su transmisibilidad nutre la capacidad de provocar una pandemia en pocos meses e invadir el mundo. Y, como las cifras de los afectados hacen palpable, China, algunos países europeos y Norteamérica ya han visto consecuencias individuales, sociales y económicas devastadoras a pesar de tener sistemas sanitarios más organizados y abastecidos que el nuestro.
Guatemala es uno de los países en los que menos se invierte en salud pública. La brecha de esta falta de inversión, que crece desde 1954, está a la luz: hospitales y centros de salud insuficientes, políticas apagafuegos, reactivas solo a crisis, sin claros objetivos de cobertura, mejoras, modernización y crecimiento a largo plazo.
El tema de salud es trillado solo cuando hay campaña política. Luego se olvida.
Esta situación económica y social es un caldo de cultivo para que se reproduzca este infeliz virus y cobre consecuencias dantescas.
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Hay evidencia contundente del caos persistente en el sistema de salud pública, donde la atención de calidad es un privilegio para los que tienen poder económico (que son pocos). Y los que no tienen ese poder padece, se enferman y mueren sin tener una atención de calidad mínima (que son muchos).
El que tiene poder adquisitivo paga servicios privados para tener una mejor atención. La salud convertida en mercancía, y no en un derecho.
A pesar de los buenos esfuerzos gubernamentales y de los trabajadores de salud, se trata de una lucha cuesta arriba: un desfase de decenios no puede solventarse en días.
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Si antes de la pandemia los hospitales ya se mantenían en caos por la alta demanda, es impensable que salgamos de esta sin consecuencias serias.
Mientras otros países hacen pruebas masivas, la baja cantidad de reactivos con los que contamos nosotros nos limita.
Esperemos que la cantidad de pacientes graves no supere las poquísimas posibilidades de un lugar en una sala de cuidados intensivos de los pocos hospitales.
Se pueden observar imágenes envidiables de otros países, que siguen los protocolos de atención y cuyo personal se encuentra ataviado con las protecciones básicas: gorro, bata descartable, lugares de verdadero aislamiento, mascarillas adecuadas como la N-95.
Estas imágenes solo las vemos en el Internet, ya que nuestro personal se enfrenta a esta crisis ataviado con nada más que su voluntad y su tradicional uniforme. Es aterrador pensar qué va a suceder si una parte del personal de salud que atiende sin estas condiciones de protección mínima se enferma.
¿Quiénes atenderán a la población? ¿Los políticos?
Esta pandemia pondrá a prueba la inmunología del guatemalteco, puesto que algunos solo contarán con sus glóbulos blancos para defenderse.
Lo que parecen no reconocer los poderes egoístas, que no han querido invertir en salud por años, es que el covid-19 no respeta clase social, credo o influencias políticas. Les va a pegar duro a todos.
Quizá sea necesario para reinventarnos y dar la importancia que merece el tener un adecuado sistema de salud. Quizá eso haga falta para que el guatemalteco se respete a sí mismo, exija, pelee y sea parte de un adecuado sistema de salud como una prioridad de nación.
Pasada esta crisis, será momento para que en el Congreso la salud sea prioridad de agenda, se aprueben incrementos a la inversión en la materia, se diseñen mejoras sustanciales y sea un derecho, y no un privilegio.
Es tiempo de que el guatemalteco sepa apreciar ese derecho y, como tal, contribuya de diversas formas a que este cambio se dé pronto y de una forma duradera y en crecimiento.
Mientras, los trabajadores de salud estamos dispuestos a librar esta batalla, quizá sin armas, en caos, pero con la mejor de las voluntades y los conocimientos para brindar lo mejor de nosotros.
A los guatemaltecos les pido que sigan las recomendaciones: no salgan de casa.
El precio de no salir a trabajar puede ser económico, pero el de infectarse o enfermarse gravemente en un sistema caótico podría ser la vida.
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El doctor Mario Napoleón Méndez Rivera es jefe de sección de Cirugía del Departamento de Emergencia de Adultos del hospital San Juan de Dios, además de profesor titular de la Universidad de San Carlos.
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