¿Qué es la vida sino una serie infinita de oportunidades una detrás de otra? Lo de Donald Trump es un problema global, claro, pero puede (y debe) ser visto como una oportunidad única e inigualable. En Europa y Asia, para romper de una vez por todas con el orden económico y de seguridad unipolar. En Latinoamérica, para emanciparnos del enfermizo tutelaje liberal al que nos hemos sometido voluntariamente por casi 200 años, desde la proclama del presidente James Monroe de «América para los americanos» en 1823. Eso sí, claro, su America (sin tilde), la «great America» de Donald Trump.
En Ecuador y en Bolivia nuevas formas de constitucionalismo han hecho de la cosmovisión ancestral nativa parte de la épica nacional, en igualdad de condiciones con las tradiciones europeas. Allí los pueblos indígenas son Estado, no excluidos del sistema político como sucede en Guatemala, y encuentran soluciones en su propia sabiduría. Allí se han dado los primeros pasos para personificar al Estado plurinacional soberano más allá del texto muerto. Allí la madre naturaleza tiene derechos inalienables porque se comprende y acepta la premisa fundamental de que todos somos un gran ecosistema y no estamos separados de los árboles, los animales, los océanos o el firmamento. Allí el estándar de normalidad ya no es el hombre blanco que vino de afuera.
Guatemala tiene todos los insumos para imitar lo imitable de esa estrategia de nación.
Durante demasiado tiempo hemos permanecido inertes ante las violencias dirigidas desde el país de Trump hacia nuestros pueblos. Recordemos algunas instancias. En Chile, en 1973, asesinaron a Salvador Allende e instalaron a un dictador militar que desmantelaría las bases de un socialismo moderno y democrático (sumamente inconveniente para sus intereses económicos) y terminaría por instalar el neoliberalismo glotón, como el virrey de su majestad el potus (presidente de los Estados Unidos, por su sigla en inglés), Álvaro Arzú, haría en Guatemala dos décadas después. En Cuba (cuando sus dictadores favoritos —Machado y Batista— ya no estaban en el poder) sabotearon con éxito la revolución cubana (digo con éxito porque, si no fuese por el salvaje intervencionismo hegemónico de los Estados Unidos, sería —casi con total seguridad— un modelo de sociedad exportable y Castro probablemente no hubiese dejado de ser Castro). ¿Y que hay de Panamá, Nicaragua, México e incluso Hawái, entre otros?
Sobre todo, ¿quién ha olvidado la restauración finquera liberal de Castillo Armas en la Guatemala de 1954? Fue Estados Unidos el que planeó y ejecutó el bloqueo (hasta ahora definitivo) de nuestra evolución democrática e institucional, liderada por las valientes políticas humanistas de Arévalo, Árbenz y compañía por diez años. Y, que yo sepa, Washington no ha pedido perdón.
La revolución mexicana de 1910 resultó, y lo vemos un siglo después, en una fortísima identidad mexicana que no mendiga autoestima al norte del río Bravo. Por ahí creo que debemos articular nuestras transformaciones.
Ante la tibieza, el miedo y el entreguismo de nuestros gobernantes nos toca a los ciudadanos latinoamericanos, todos hermanos y hermanas, ver hacia dentro (de nuestros corazones y de nuestra región) y articular una gran Abia Yala unificada, autosuficiente, sostenible, consciente y evolucionada, dentro de la cual todos los estadounidenses serán siempre bienvenidos. Sobre todo, una América (con tilde) adonde nuestros compatriotas podrán regresar a invertir sus talentos con libertad, posibilidad y justicia social.
Es innegable que el mundo de 2017 se encuentra en estado moral terminal. Nuestra respuesta ante la ofensiva de Donald Drumpf (su verdadero apellido familiar) debe ser radical, es decir, construida desde la raíz, valiente y (sin ignorar las preocupaciones de nuestros connacionales en tierra estadounidense) sobre todo optimista.
Al final de cuentas, Drumpf nos regaló una oportunidad.
A manera de posdata termino con esto: se ve que los esfuerzos anticorrupción y los cheques ostentosos a la Cicig no vienen de un lugar de amor incondicional. Ojalá que algunos ingenuos operadores políticos emergentes se vayan enterando de una vez y dejen de dormir tan dulcemente con el enemigo.
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