El calentamiento global, sus causas, sus consecuencias apocalípticas y las soluciones están más que establecidos. Sin embargo, el número de personas que optan por no creer en el cambio climático está en aumento, especialmente en Estados Unidos (como si el cambio climático fuera una teoría conspirativa absurda o una religión). No solo el 97 % de los expertos en el tema coinciden en que el planeta se está calentando a causa de la actividad humana, sino que hay evidencia en abundancia. Pregunten en el campo. Pregunten en la costa sur. Pregunten en Europa. Pregunten donde quieran. Solo que no vayan a preguntarle a ningún proponente de la ideología neoliberal o del libre mercado. Lejos de negar el cambio climático, es muy probable que ni entiendan lo que es.
Naomi Klein, en su excelente libro Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima, señala los vínculos inextricables entre el modelo económico preponderante en el mundo (capitalismo desregulado) y la crisis existencial que representa el cambio climático. Relata cómo se ha logrado despreciar e ideologizar los esfuerzos por proteger el medio ambiente como iniciativas socialistas (como si eso fuera un insulto). Pero es cierto: cuanto más a la derecha vas preguntando, más se niega el cambio climático. ¿Por qué será?
Pues, como suele ser, se trata de un simple ejercicio de preservación del privilegio. La derecha defiende la no injerencia del Estado en cualquier plano de la vida y rechaza la inversión pública, los programas de seguridad social, la salud pública, los servicios públicos y cualquier regulación que no sirva a los intereses del sector privado. El capitalismo desregulado (es decir, la actividad económica que resulta en la acumulación de capital sin injerencia del Estado, reforzada por la globalización y facilitada por políticas neoliberales) ha promovido el desenfrenado extractivismo y la combustión de fósiles donde sea y como sea para saciar el apetito creciente del consumo de productos y de energía. Esta destrucción del medio ambiente, que algunos llaman perversamente desarrollo, ha provocado el cambio climático y, con este, una serie de desastres naturales, los cuales van en aumento en frecuencia y escala. ¿Quién va a responsabilizarse por estos desastres? ¿Las megaempresas que nos han metido en estos problemas? Creo que no.
Los esfuerzos titánicos necesarios para dar marcha atrás en estos cambios y responder a dichos desastres requieren una recaudación y gestión masiva de recursos, así como una coordinación y un control a nivel estatal (y mundial). Y para esto se supone que está el Estado: para proteger a las personas. Este nivel de organización y sobre todo de regulación sería la señal de muerte para el capitalismo desregulado. Entonces, claro, a la derecha le conviene negar el problema del cambio climático, ya que el fin del capitalismo es totalmente incompatible con la preservación del medio ambiente.
Sí se han dado pasos para combatir el calentamiento global. En tiempo récord, hace una semana, entraron en vigor los acuerdos de París, mediante los cuales 195 países (incluyendo Guatemala, por si no lo leyeron en la cobertura totalmente inexistente de este evento trascendental en la prensa de este país) se comprometieron a tomar medidas para asegurar que la temperatura global no supere los dos grados centígrados, encima de los niveles preindustriales. Sin embargo, sin un mecanismo con dientes que fiscalice el cumplimiento y castigue el incumplimiento, estamos dejando que se nos engañe de la misma manera como nos dejamos engañar cuando nos dicen que el mercado funciona mejor para todos cuando se deja regular por sí mismo. Es más, el mismo Trump ha dicho que él cancelaría el acuerdo, dado que «no hay evidencia de que los humanos estemos causando calentamiento global».
Los países en vías de desarrollo también se mostraron hostiles a los acuerdos y alegaron discriminación simplemente por haber llegado tarde a la fiesta de la industrialización: ahora se vieron forzados injustamente a detener su propio desarrollo y tienen que atender las consecuencias de la industrialización de los países que ahora podrían darse el lujo de hacer cambios costosos en favor del medio ambiente con el capital que han acumulado a costa del medio ambiente. Este argumento es atractivo por su simplicidad, pero también es sumamente perverso: no existe un derecho a contaminar y saquear los bienes naturales y a tratar el planeta como botín, sino una obligación de los Estados de reparar el daño de una forma proporcional. A saber de dónde se sacaron el derecho de contaminación equitativa.
El modelo de crecimiento económico perpetuo no es compatible con la sostenibilidad de nuestra existencia en el planeta. Los pueblos indígenas nos lo han estado diciendo durante siglos: para asegurar el buen vivir hay que coexistir con la naturaleza, no tratarla como nuestro botín. Tenemos que repensar nuestro modelo económico y dejar de alabar ciegamente el becerro de oro en el altar del crecimiento económico. Tenemos que enfrentarnos a la realidad de que el desarrollo, tal como nos lo han vendido, ha fracasado rotundamente en cuanto a garantizar derechos básicos como la igualdad, la equidad y la sostenibilidad de nuestra especie. Si no, en unos 50 años estaremos preguntándonos por qué enterramos la cabeza en el suelo como los… los… ¿Cómo se llamaban esos animales, los que desaparecieron hace…?
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