Este solo es un aporte acerca de cómo veo las fuerzas dentro del Organismo Legislativo en la actualidad, pero a partir de tres contextos explicativos.
- La primera impresión que uno tiene es de que la mayoría de los diputados no sabe de legislación o de derecho, menos de administración pública, y de que la mayoría son irrelevantes (pese a que cada voto cuenta). Y, en efecto, son un puñado de hombres y de mujeres los que pueden llamarse propiamente legisladores. Pero no hay que ser injusto. Las labores principales del Congreso son legislar, fiscalizar y mediar. Si cada uno de los diputados hace su labor en su distrito por lo menos en las otras funciones señaladas, algo se materializa sobre el carácter y la naturaleza de la institución. Ahora bien, la fiscalización, como se sabe, suele usarse para presionar y chantajear a funcionarios y alcaldes y muy poco para evitar casos de corrupción, mientras la mediación se hace para llevar y traer proyectos, sin los cuales su fiscalización no tendría sentido para los intermediarios. Esto es así porque en la práctica los diputados realizan una labor de gestores ministeriales (en el mejor de los casos), porque entidades como la Dirección General de Obras Públicas fue eliminada en tiempos de Álvaro Arzú y porque otros despachos del Ejecutivo son deficitarios en el cumplimiento de su labor. Así, los diputados quedan como pequeños ministerios que deben cumplir con muchas obras que sus electores y bases solicitan.
- El lado oscuro de esto es que el clientelismo se ha vuelto la norma, y no la excepción. Algunos piensan que este tergiversado rol de intermediación de los diputados es lo que ha alimentado la corrupción, dado que «en toda obra está la sobra».
- Un argumento que también se trae a colación (no sin razón, ya que son datos duros) es que los salarios de los diputados están por debajo del promedio devengado por funcionarios públicos de los organismos Ejecutivo y Judicial y de superintendencias. Por si fuera poco, el salario de los diputados guatemaltecos es de los más bajos de América Latina. Por supuesto que, si se evaluara el desempeño, muchos quedarían debiendo, pero solo esos dos incentivos perversos ya consolidan una cohorte de diputados que van más para hacer negocios que para visualizarse como representantes del pueblo.
La mediocridad, por ende, es de origen. Pero una solución a esto es que una comisión de la Oficina Nacional de Servicio Civil (Onsec) u otra institución independiente revise anual o cuatrimestralmente dichos salarios y sus liquidaciones a efecto de que los diputados no sean jueces ni parte. Ser dignatario de la nación y el tamaño de las decisiones que se toman lo justifican, si bien el medio social donde ocurre lo vuelve impopular.
- Más allá de lo anterior, también están los bloques parlamentarios, que deberían ser proyecciones de partidos programáticos, pero en realidad, en tanto los partidos han sido hasta ahora vehículos de alquiler o partidos con dueño, los bloques y sus miembros suelen tener una relativa independencia de los jefes de sus partidos. La Constitución misma le confiere al diputado independencia respecto a su partido, no así la Ley Orgánica del Organismo Legislativo (LOOL), que regula esa relación.
- La solución de mantener un sano equilibrio entre el diputado como representante, el bloque parlamentario y el partido comienza a darse ya con las reformas a la LOOL y a la Ley Electoral y de Partidos Políticos aprobadas el año pasado y con las de segunda generación. La idea es reducir la privatización de la política, transparentar los orígenes del financiamiento haciendo campañas más baratas y facilitar candidaturas más libres.
- Tales son el contexto normativo y algunas de sus realidades, pero luego está la realidad política. Pesa más el bloque que más diputados (votos) tiene. Y eso cuesta dinero.
- Entonces, la negociación de agenda ocurre entre los grandes. Negocios, cargos, territorios. Y a los bloques pequeños no les queda más que el voto testimonial, que algunos hemos tratado de implementar.
- Al final de cuentas, la negociación es diaria. No puede uno pelearse con nadie. Todos debemos ser amigos o aliados. Como seres humanos y como políticos. Se vive tanto la traición de los aliados como la solidaridad de quienes no lo son. En fin, la naturaleza humana. El afán de poder. De protagonismo. Pero ante todo deben prevalecer dos valores: la honestidad intelectual y la mediación inteligente.
- En la actual coyuntura de depuración hay una relación dialéctica entre dos factores: lo que demanda la ciudadanía y lo que demanda la institucionalidad constitucional. Algunos quisieran estar en nuestro lugar sin la pena de pasar por las urnas y todo lo que eso implica. Otros dirán que todos somos iguales y quisieran pasar por el fuego el trigo y la cizaña.
- Falta también liderazgo político. No es lo mismo ser un gerente que ser un líder político y, pese al cariño que le tengo a Óscar Chinchilla, creo que en su gestión pesa más lo segundo. Y todo liderazgo se caracteriza no solo por decir «estoy aquí», sino por decir «vámonos por aquí».
- En cuanto a los bloques propiamente dichos, en esta coyuntura asistimos a una degradación fácil de todos ellos. Para el Frente de Convergencia Nacional (FCN) fue su debut y su despedida, tanto por lo errático de sus movimientos como por la porosidad de sus miembros. La Unión Nacional de la Esperanza (UNE) es quizá el proyecto más fuerte y con una visión, pero sin mayor crecimiento. El Movimiento Reformador y Alianza Ciudadana son, cada uno por su lado, reciclajes de los partidos Patriota y Líder. Y, si bien cuentan con gente con experiencia, difícilmente se levantan. El bloque Todos se ha convertido en la bisagra de cualquier proyecto de ley. Los bloques pequeños la tienen difícil. Nineth Montenegro sigue gozando de credibilidad, pero su partido no da para más. Algo parecido ocurre con los más pequeños, Convergencia y la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), cuyo desgaste no augura nada bueno. El único que sigue gozando de credibilidad es Amílcar Pop, cuya habilidad política lo puede catapultar más alto. Como sea, la confrontación en el Congreso sigue siendo entre los pro-Cicig y los anti-Cicig.
- Finalmente, como consuelo de tontos, esto no solo ocurre en Guatemala. Los Congresos son el espejo de sus sociedades, y las asambleas son la catarsis política de cada una de ellas.
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