Después del brote de la pandemia de coronavirus, las autoridades chinas prohibieron el comercio y el consumo de animales salvajes. Los medios occidentales retrataron los mercados húmedos como las fuentes de virus peligrosos.
Sin embargo, culpar a los mercados húmedos del brote de covid-19 es una simplificación excesiva y peligrosa, si no un ejemplo de orientalismo.
Aunque es importante, cerrarlos no sería suficiente: se necesitan transformaciones más profundas. En cambio, deberíamos reconsiderar seriamente cómo se producen y comercializan en el mundo los alimentos, la carne en particular.
Carne, bosques y fábricas
El consumo de carne ha aumentado a nivel mundial durante los últimos 50 años a un ritmo sin precedentes, y la mayor parte de este aumento se ha producido entre las clases medias de los llamados países en desarrollo. La producción de carne depende, como la mayoría de la producción agrícola, del ensamblaje industrial de cultivos y ganado. Los patrones de consumo cambiantes se articulan con la producción industrial de carne y dan como resultado los aumentos que observamos actualmente.
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Sin embargo, la producción de carne no ha crecido de manera igual para todos los animales. Ha aumentado más para los animales que se pueden criar en condiciones industriales y cuyo forraje se puede independizar de la naturaleza cercana: el pollo, los cerdos y el ganado. La producción industrial de carne que implica miles de millones de bovinos, pollos y cerdos en todo el mundo también exige que el forraje se produzca en lugares diferentes de donde tiene lugar la producción animal.
Millones de hectáreas de bosque tropical se han talado para dejar espacio al ganado o al forraje. La tala de bosques para producir soya, aceite de palma y ganado contribuye con cerca de un tercio de la deforestación mundial.
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La creciente demanda mundial de camarones en Europa, Estados Unidos y China también ha provocado la deforestación de ecosistemas frágiles, como manglares y estuarios en el sudeste asiático y en América Latina.
Además, la convergencia de varias crisis (clima, energía, alimentos y finanzas) ha dado lugar a la aparición de los llamados cultivos flexibles. La caña de azúcar, la soya, el maíz y el aceite de palma y sus subproductos pueden procesarse y comercializarse para satisfacer los diferentes mercados y demandas más allá de los fines alimentarios, lo que estimula la expansión de estos cultivos en áreas forestales.
Industrializando patógenos
La producción industrial de carne implica la concentración de millones de animales que son más o menos genéticamente homogéneos en espacios muy pequeños.
Por ejemplo, en el Reino Unido, una «unidad intensiva de aves de corral» puede albergar 40,000 aves de corral, cada ave con un espacio equivalente a una hoja A4.
Debido a que estos animales son más o menos genéticamente homogéneos, son más susceptibles a la rápida propagación de la enfermedad entre ellos. Por lo tanto, este tipo de producción exige enormes cantidades de antibióticos y da como resultado la producción de bacterias resistentes a los antibióticos, que actualmente matan a miles de personas y plantean serias amenazas para la salud humana y los sistemas de salud en todo el mundo.
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Los investigadores han estimado que para 2030, a medida que los países en desarrollo cambien a sistemas de producción ganadera más intensivos para satisfacer la creciente demanda de carne, se establecerán más granjas industriales en varios lugares del mundo. El mayor aumento del uso de antibióticos vendrá de países como Birmania, Indonesia, Nigeria, Perú y Vietnam. Se desconocen las consecuencias para la salud humana de este aumento en el uso de antibióticos. La producción industrial de carne también se asocia con condiciones laborales horribles y la explotación de algunas de las personas más vulnerables de nuestras sociedades, que trabajan bajo regímenes de violencia. Las corporaciones cárnicas también se han visto vinculadas con asesinatos y masacres en Brasil.
Abrir la caja de Pandora
El virus causante del covid-19 pertenece a la familia de los coronavirus. Esta es una familia de virus que puede causar enfermedades de muy diferente gravedad.
La primera enfermedad grave registrada causada por un coronavirus surgió en 2003. Estaba asociada con la epidemia del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) en China. El segundo brote ocurrió en Arabia Saudita, el del síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS).
La covid-19 es una enfermedad zoonótica causada por el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo severo (SARS-CoV-2). El virus ocurre naturalmente en animales, y los investigadores creen que el huésped son probablemente murciélagos, dada su similitud genética con un coronavirus de murciélago, y que luego dicho virus saltó a los humanos.
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Pero, al contrario de lo que se ha especulado, no hay casos documentados de transmisiones directas murciélago-humano, lo que sugiere que probablemente participó un huésped intermedio y que la migración a humanos se produjo antes del primer caso detectado en China.
Los científicos calculan que ha habido un aumento en los eventos zoonóticos entre 1940 y 2004, la mayoría de los cuales se originan en la vida silvestre. Algunos ejemplos son el brote de ébola en África en 2013-2015, que se cree que proviene de murciélagos frutales, y el brote de un tipo raro de encefalitis en Panamá.
También hay cada vez más pruebas que apuntan a los vínculos entre esta propagación de enfermedades zoonóticas y la deforestación. Por ejemplo, investigaciones científicas relacionan el brote de un tipo de malaria común en los monos macacos que se propagó a los humanos en Malasia en 2002 con la deforestación causada por el crecimiento de las plantaciones de palma aceitera.
Cuando los bosques naturales han sido talados, los animales de los bosques entran en contacto con los humanos. La tala de bosques podría cambiar la ubicación de los sitios de reproducción de vectores, por ejemplo mosquitos, y facilitar la propagación de enfermedades zoonóticas como la malaria del macaco.
La deforestación y la alteración del bosque pueden alterar la dinámica de la población de varios animales y plantas que interactúan, como los murciélagos y las plantas frutales, y acercar los murciélagos a las personas.
El aumento de las enfermedades infecciosas emergentes también parece estar asociado con el cambio climático, aunque se necesita más investigación sobre el tema. Por lo que sabemos, el próximo brote puede ocurrir en el Ártico.
En circunstancias normales, parásitos como los coronavirus no nos infectarían porque no son enfermedades humanas. Y si nos matan, es muy probable que mueran con nosotros. Si no alteramos los lugares en que viven, estos virus prefieren permanecer en su hábitat natural, pero la deforestación y otros tipos de estrés ambiental los obligan a buscar un nuevo huésped. El virus del covid-19 no buscaba humanos para infectar. Se puso en contacto cercano con ellos probablemente a través de un pangolín que se vendió en un mercado húmedo.
¿Ahora qué?
Hay esfuerzos para predecir futuros brotes pandémicos, pero la idea es controvertida porque no parece haber ningún patrón general que pueda usarse para hacer predicciones precisas debido a la complejidad de las relaciones entre el huésped y el agente ambiental.
En lugar de tratar de predecir el futuro, se debe implementar una vigilancia mejor y más coordinada de los brotes zoonóticos.
Las respuestas coordinadas globales son cruciales, y esto apunta a la importancia de fortalecer el apoyo a instituciones globales como la Organización Mundial de la Salud, así como a una mayor colaboración entre los investigadores de todo el mundo. Financiar la investigación es esencial, y la colaboración global es ahora más importante que nunca. La salud planetaria es un campo de investigación interdisciplinario emergente clave que vincula la salud humana y el cambio ambiental global. Necesitamos más esfuerzos e iniciativas similares.
También necesitamos cuestionarnos seriamente y cambiar nuestros patrones de producción y consumo, ya que tienen inmensas consecuencias ambientales. Nuestro gusto por la carne tiene que cambiar, pero también necesitamos cambiar otras actividades que exigen cada vez más tierra forestal y que amenazan nuestra supervivencia.
De lo contrario, el sistema de producción de alimentos nos matará, tarde o temprano.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en el sitio del Centro para el Desarrollo y el Medio Ambiente de la Universidad de Oslo.
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