Maldonado Aguirre hizo aparición pública justo cuando se desarrollaba la jornada nocturna de protestas pidiendo la renuncia de Otto Pérez Molina. Durante los cuatro días anteriores, muchas voces se habían alzado preguntando por su persona en el entendido de que, ante la crisis vivida, él habría podido ser un adalid que guiara al país y al Estado hacia una salida pronta y eficaz del trance que se vive.
Lejos de ello, apareció ante las cámaras un vicemandatario como venido de otro mundo, ignorante de la gravedad del momento y desconocedor de la opción de la escogencia del mal menor como el mayor bien posible. Irónicamente invocó la ética, la estética y la elegancia para no pedirle la renuncia al presidente de la República, pero ignoró las ingentes demandas de la sociedad guatemalteca. Así, sus argumentos quedaron cortos y falaces.
Cortos en tanto la magnitud del problema que vivimos como país y como Estado: la demostración de una presunta participación de nuestro presidente en una banda delincuencial denominada La Línea, por cuyos indicios de participación en dicha estructura está presa la exvicepresidenta Roxana Baldetti Elías. Falaces en tanto quiso esconder la verdad de su discurso, que se percibe como una fidelidad al gobernante, y no a la Constitución. Menos al Estado y al clamor popular.
¡Vaya ética y elegancia!
Ante la condición de maestro que le han endilgado sus achichincles, yo habría esperado de él, en sus argumentos moralistas, la invocación de algún tratadista de las teorías éticas que le diera un mejor basamento. Pero no. El señor ¡invocó la figura de Felipe Igualdad!, aquel controversial francmasón del siglo XVIII que murió sacrificado por la Revolución francesa, a la que —en un contrasentido digno de reflexión—se había vinculado. Le entendimos que no deseaba terminar igual que Felipe Igualdad, nombre que adoptó Louis Philippe de Orleáns, duque de Chartres, al adherirse a la masonería francesa.
Y casi me caigo del susto cuando, invocando la ética para no pedir la renuncia del presidente, dijo: «Yo creo que hasta la política tiene ética». ¡Por Dios! ¿Él cree que hasta la política tiene ética? ¡Carajo! ¿Acaso no se trata del gobierno de las sociedades humanas? ¿Acaso no se trata de la actividad y el trabajo de los gobernantes atinentes a la sociedad, al Estado y a un país? Y él, nuestro vicepresidente, cree que «hasta la política tiene ética».
Adujo su temperamento, su carrera política y su deseo de no pasar a la historia como traidor y cobarde para justificar el no pedir la renuncia al presidente. Mas en un intento de bonhomía aclaró: «Si yo no fuera el vicepresidente estaría en otras condiciones». Así las cosas, ni ética ni estética y menos elegancia en su discurso y postura.
Veamos. Si al buen proceder nos atenemos, creo que, ante las graves acusaciones de la Cicig contra Otto Pérez Molina y la contumacia ya del susodicho, el vicepresidente debe renunciar al cargo si no quiere pasar a la historia como traidor y cobarde. De lo contrario, el tal Felipe Igualdad quedará del tamaño de un poroto a la par suya.
Me queda como duda: ¿habrá sido una serie de mensajes subliminales la que envió? Ese su juego de yoyo en cuanto a su carrera y sus 12 libros, su advertencia de que si no fuera el vicepresidente estaría en otras condiciones y la mención del duque de Chartres Louis Philippe de Orleáns en un contexto que nada tiene que ver con nuestro país —ya que no estamos en una revolución— podrían tratarse de un ardid para advertirnos algo.
¿No podría ser un poco más explícito o más sincero?
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