Estaba atragantándome el café y casi lista para salir corriendo cuando sonó mi bíper: «Al Ing. Velásquez le urge hablarte. Llamar a la oficina».
Por supuesto que llamé esperando el regaño de por qué a esa hora todavía no estaba en el trabajo.
—Fabiola, ¿ya viene para la oficina?
—Sí, ya casi.
—¿Oyó las noticias?
—No. ¿Qué pasó?
—Asesinaron a monseñor Gerardi y vamos a sacar una edición especial gratuita al mediodía. Necesitamos vender pauta para poder costear algo de la impresión. La edición tiene que entrar a la rotativa a las 11 a. m.
—¿De cuántos ejemplares va a ser la circulación?
—De 20 000.
Yo trabajaba en el área de ventas de elPeriódico y sabía que una edición gratuita con esa circulación tenía que costearse sí o sí.
Llegué al trabajo y todos los vendedores estaban intentando de lleno vender la edición.
La ofrecíamos a los anunciantes más grandes del mercado, los que siempre tienen presupuesto. Todos nos decían que no. La gente estaba asustada. Nadie sabía si debía salir a repudiar el asesinato o si era mejor quedarse callado. Los intentos de venta se convertían en desahogos de nuestros interlocutores. «¿Quién hace algo así?». «¿Por qué siguen pasando estas cosas en Guatemala?». Por supuesto no faltaron preguntas como: «¿Y quién era ese Gerardi?».
Me pasó por la mente comunicarme al Arzobispado de Guatemala para ver si les interesaba publicar un comunicado, pero me asusté. Hasta los imaginé regañándome, y con razón, por llamarlos para venderles un anuncio mientras ellos atravesaban esa situación.
«¡Son las 10:30! ¡Los de Redacción ya tienen la edición casi lista y Ventas sigue sin lograr nada!».
Terminó el regaño y yo ya estaba marcando el número del Arzobispado. «Total, ya estoy acostumbrada a que los anunciantes me reclamen».
Se tardaron en responder. Por fin contestó alguien con voz agitada. Cuando le pregunté con quién podía hablar sobre el tema, me dijo que me trasladaría la llamada a la Odhag (Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala).
Después de varios intentos me contestaron. Se escuchaba mucha gente hablando en voz alta. Imaginé gente corriendo de un lado a otro. Me dijeron que para hablar con la persona indicada iba a tener que esperar un rato en línea. Oí un grito, luego un llanto y después voces de periodistas que decían de qué medio de comunicación eran.
—Aló.
—Hola. Buenos días. ¿Con quién hablo?
—Con Édgar Gutiérrez.
Yo sabía que él era el coordinador del proyecto Remhi (Recuperación de la Memoria Histórica) y me sentí todavía más imprudente.
—Don Édgar, le hablo de elPeriódico. Lamento mucho todo lo que está ocurriendo y, aunque sé que soy inoportuna, le comparto que publicaremos una edición especial y gratuita de 20 000 ejemplares al mediodía. Le aseguro que no se va a vender ningún ejemplar. Necesitamos cubrir algo de los costos de la impresión, así que, si ustedes desean incluir un comunicado, se lo colocaríamos en la contraportada. Cuesta Q7 000 más impuestos y saldría en blanco y negro. (No recuerdo bien si ese era el precio).
Me sentía terrible de estar haciendo eso, pero también pensaba que era importante esa edición para que la gente que todavía no había visto o escuchado noticias durante la mañana se enterara y rechazara ese crimen con el que todos perdíamos mucho.
Silencio.
—¿Don Édgar?
…
—La Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado repudia el vil asesinato de monseñor Juan José Gerardi Conedera y...
Édgar Gutiérrez siguió dictando como si hablara en automático, sin detenerse.
Terminó con la frase «Guatemala, 27 de abril de 1998» y luego dijo: «Tengo que colgar».
Aún guardo en algún lugar de la casa de mis papás ese ejemplar que circuló al mediodía y cuyo costo no se logró cubrir con comunicados. Mantengo también en un lugar importante de mi librera el Guatemala: nunca más. Porque es nuestra historia, porque hubo valientes que perdieron la vida por contárnosla y porque no queremos que se repita. Nunca más.
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