Vino a Cobán en 1967 y trajo dos sacerdotes del clero secular para que lo ayudaran en su labor pastoral: el padre Marco Tulio García y el hoy obispo auxiliar de la arquidiócesis metropolitana, Gustavo Rodolfo Mendoza. Y juntos cargaron con una mesa de ping-pong que instalaron en el pequeño corredor de la casa parroquial.
Era el padre Mendoza quien nos convocaba a los jóvenes alrededor de aquella mesa casi todas las tardes. Y cuando monseñor Gerardi aparecía, enfrentársele era de pensarlo dos veces. Jugaba hábilmente con las dos manos. Se daba el lujo de lanzar con la mano derecha, girar 360 grados y responder con la izquierda cuando la pelota venía de vuelta.
Era muy amigo de don Antonio Pop. Don Tono, filósofo, abogado y notario, maestro, luchador por las causas de su pueblo, graduado con honores en la Universidad de Salamanca, supo conjugar sus estudios académicos con esa visión del cosmos del mundo q’eqchi’ que tanto admiraba monseñor Gerardi.
Una noche de domingo, ya en el año de 1972, luego de la misa de 7 de la noche, encontré a los dos en el atrio de la catedral de Santo Domingo de Guzmán. Alcancé a oír cuando don Tono aleccionaba a Gerardi: «El Tzuul Taq’a no es el dios del cerro, como creen algunos del pueblo urbano. El Tzuul Taq’a es la presencia visible de Dios invisible, la presencia cercana de Dios lejano. No se contrapone al único dios, sino lo manifiesta más cercano, en íntima relación con la vida, con el alimento de cada día, con todos los seres vivos».
Monseñor Gerardi le preguntó: «¿Y cómo se le reza?».
Don Tono respondió: «Al Tzuul Taq’a no se le reza. Se le habla, se le pide, se le ofrecen dones y se le adora. Pero principalmente se le habla. Se manejan dos conceptos: el tzuul y el taq’a. Lo bajo y lo alto, el inframundo y el supramundo, el mal y el bien, la tierra y el cielo de ustedes. El inframundo es un lugar oscuro, sin vida y de donde ninguna persona que entra vuelve a salir. La oscuridad es una de sus características y se asocia con las tinieblas. Allá van los malos, los violadores de la naturaleza, los que roban, los que matan».
Yo me acerqué un tanto timorato. Ese año habría de graduarme de maestro de educación primaria urbana y aquella plática me atrajo. El obispo me jaló e hicimos un círculo. Don Tono puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y continuó su disertación: «Nosotros ―decía refiriéndose a los q’eqchi’― tenemos casi el mismo concepto de dios madre y padre de ustedes en nuestra cosmovisión. Y no estamos confrontados con ninguna religión. El Tzuul Taq’a desea solamente que seamos justos, que todos nos preparemos para la vida, que los niños tengan suficiente comida, que tengamos tierra para vivir, que no nos esclavicen».
Y así, al calor humano y al paso del tiempo marcado por el consumo de dos cigarrillos consumidos por el obispo, el licenciado Pop nos aleccionó acerca de otros elementos de la cosmovisión maya-q’eqchi’. Nos sacó del encantamiento la presencia de un vehículo con gente desconocida, pero con placas muy conocidas, que se aparcó justo frente a nosotros. Cuando don Tono se hubo marchado, monseñor Gerardi me dijo: «¡Enorme la teología indígena, vos!».
Yo le respondí que no me parecía que aquellos conocimientos correspondieran a una teología. Mi opinión era que se trataba de la pura filosofía q’eqchi’. No me contradijo. Guardó silencio. Le entendí que habríamos de dialogarlo en un después que jamás llegó. Años más tarde, don Antonio y don Juan Gerardi se unieron en el canon de los mártires.
El recién pasado 26 de abril se cumplieron 18 años de su martirologio. Cuatro años después de su asesinato mataron a don Antonio Pop Caal, abogado q’eqchi’, líder social y fundador de la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala.
Sean estas líneas un tributo a la memoria de Gerardi y una reminiscencia de aquella lección de don Tono que, ya entrado el siglo XXI, me refrendó un venerable anciano de Chicajbón.
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