La mentira emanada de la boca de muchos funcionarios públicos es tan frecuente como inimaginable en sus alcances y propósitos. Pero no se puede tapar el sol con un dedo. Y mientras intentan matizar el crudo entorno citadino que los rodea y los escenarios rurales que les son extraños —porque dieron la espalda al pueblo—, las terribles circunstancias en que la población sobrevive arrostran su farsa y su vileza.
Algunos de estos escenarios son casi infernales. Veámoslos.
Primer tablado: la semana pasada, un periodista verapacense dio a conocer, por medio de redes sociales, el caso de una familia completa acometida por leishmaniasis en la aldea Cubilgüitz, a escasos 50 kilómetros de Cobán, Alta Verapaz. Es la enfermedad que —durante los años 50 y 60 del siglo pasado— se conocía como úlcera del chiclero o enfermedad de los pobres.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), «la leishmaniasis es causada por un protozoo parásito del género Leishmania […] y se transmite a los humanos por la picadura de flebótomos hembra infectados. […] La pobreza aumenta el riesgo de leishmaniasis. Las malas condiciones de vivienda y las deficiencias de saneamiento en los hogares (ausencia de sistemas de gestión de residuos, alcantarillado abierto) pueden promover el desarrollo de los lugares de cría y reposo de los flebótomos». Ni qué decir del hacinamiento que atrae a la mosca vector, el cambio climático, el calentamiento de la Tierra y la degradación del suelo como factores propicios para la enfermedad. Así lo advierte la OMS.
«¿Cuál es la novedad?», me dijo un intento de político cuando le comenté la noticia. Mi respuesta fue: «¡Carajo! ¡Estamos igual o peor que hace 60 años!». Porque padecer una enfermedad endémica en las tierras bajas de Alta Verapaz (a solo 50 kilómetros de la cabecera departamental, situada en tierras altas) que hace seis décadas no pasaba de ser una noticia alarmante venida de las regiones chicleras de Petén es para caer en la cuenta de que nuestro andamiaje estatal está cayéndose a pedazos.
Otro escenario: ¿tiene usted idea de lo que significa ser nadie, no tener identidad ni documento alguno que lo ampare para buscar un empleo, no poder cobrar un simple cheque, no poder mostrar su documento personal de identificación cuando se le requiera, no poder realizar ningún trámite administrativo o legal…? Pues el infierno este lo viven miles de guatemaltecos en la actualidad por la incapacidad del Estado para proveer, a través del Registro Nacional de las Personas (Renap), tan esencial documento.
Así los hechos, da la impresión de que el preámbulo de nuestra Constitución Política, que reza: «Nosotros, los representantes del pueblo de Guatemala, electos libre y democráticamente, reunidos en Asamblea Nacional Constituyente con el fin de organizar jurídica y políticamente al Estado, afirmando la primacía de la persona humana como sujeto y fin del orden social…», viene siendo una especie de Impromptu fantasia, con muchas polirritmias, bello e inalcanzable. Tanto así que —ante semejante barbaridad— el mismísimo procurador de los derechos humanos calificó la situación de los afectados como «violación al derecho de identidad de las personas», ya que, supongo, muy lejos quedó la primacía de la persona humana como sujeto y fin de nuestro orden social ante semejante barbaridad.
Y como una costumbre reiterativa y diabólica, la mentira sigue dejando huella. Ahora resulta que hasta Óscar Chinchilla, el nuevo presidente del Congreso (tan nuevo como anodino), está en entredicho ante el descubrimiento de un rotativo en orden a una reunión que sostuvo con Jimmy Morales tres días antes de su elección. Según el mismo rotativo, el diputado lo niega. Bien valdría entonces que aclare ese entresijo porque mal comienza su gestión ante semejante duda.
¡Ah!, pero yo vi y escuché a un diputado de Alta Verapaz (uno de esos que nos hace sufrir vergüenza ajena) ponderar al dicho nuevo presidente en un programa televisivo. Recordé a la sazón el sexto tema de los sermones del obispo José Piñol y Batres, quien desde un simple púlpito encendió la chispa que terminó con el gobierno de Manuel Estrada Cabrera. Decía Piñol y Batres de la mentira en los funcionarios públicos y en ciertas categorías sociales de Guatemala: «Nos falta franqueza para tratarnos. Disimulamos con arte singular. En presencia de algunos, somos corteses, si se quiere empalagosos […] La adulación, que es la forma más odiosa de la mentira, consiste en alabar a alguno sobre sus méritos y por interés propio […] Sobre la falsedad, ¡qué doloroso es decirlo!, ha llegado a convertirse en el fondo del carácter nacional»[1]. Y, de verdad, qué bien lo hacía el dichoso diputado. Empalagoso como él solo.
Colofón: el intento de político con quien dialogué acerca de los temas anteriores no entendió. Se despidió de mí reiterando que Guatemala está mejor que nunca. El dicho remedo no supo vislumbrar que Guatemala se está cayendo a pedazos. Y conste que lo reseñado son tan solo tres de muchos contextos que así lo demuestran.
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[1] Estrada Monroy, Agustín (1979). Datos para la historia de la Iglesia en Guatemala. Guatemala: Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Pág. 373.
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