La pobreza persistía y el horizonte era corto. No podían hacer planes para jubilarse o mudarse más cerca de la ciudad. Los cuerpos estaban cansados, pero había que seguir abriendo surco y cosechando. En esas labores estaban, cuando el patrón, aprovechando la ausencia de ellos, violó a su hija. En aquel momento ella tenía 14 años y él 60. Hoy ella tiene 15 y es la madre del hijo del patrón. «¿Cuál es el problema? Ninguno», piensa el dueño de la finca, mientras que ella se repite: «¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí?».
Esta historia es una de las casi 600 que recopilaron las investigadoras Walda Barrios y Ana Lucía Ramazzini para tratar de entender el problema del embarazo en niñas y adolescentes en Guatemala. Como parte de los hallazgos encontraron que, «para el caso de las niñas de 12 años, la edad del hombre [con quien se casó o unió] oscila en un rango de [entre] 25 y 29 años (23.2 %) y también entre 40 y 50 años (27.9 %), lo que significa que el 51 % de quienes embarazan a niñas de 12 años son hombres que les doblan o triplican la edad». Además del delito de violación cometido y del profundo trastrocamiento en la vida de esas niñas y adolescentes, hubo un dato que ellas decidieron rastrear: ¿cuáles son las motivaciones de esos hombres mayores para elegir niñas y adolescentes?
Lo que encontraron fue la constatación empírica más cruel y evidente de la masculinidad hegemónica. Las eligen porque pueden, porque ellas los hacen sentirse más jóvenes y porque, de acuerdo con sus testimonios, «las jóvenes son más fáciles de moldear». No son monstruos depravados ni casos excepcionales. Son muchos de los que conviven cotidianamente conmigo y con usted, con quienes probablemente compartimos la jornada laboral o un viaje en camioneta. Son hombres adultos que consideran que no es problema alguno que una niña o adolescente quede embarazada fruto de una relación con ellos, ya que ellos sí cuentan con los recursos económicos para mantenerlas a ellas y a sus hijos o hijas. «El problema es que se embarace de un patojo», dicen, pues en ese caso no habrá quien financie los gastos del parto y del bebé por venir. Es más: en muchos casos, agregan, «son ellas quienes buscan embarazarse porque de esa forma consiguen quien las mantenga».
Muchos, probablemente, han sido socializados en familias rígidas, estructuradas, con figuras paternas ausentes porque trabajaban todo el día y nunca estaban para compartir un almuerzo o remontar un barrilete, pero sí para gritar cuando algo no salía como a ellos les gustaba. O quizá aprendieron a ser bien machitos con madres que, reproduciendo patrones aprendidos de su madre, de su abuela y de todas sus antecesoras, repetían «los hombres no lloran» cada vez que ellos, de niños, se caían de la bicicleta.
Seguramente crecieron en familias en las que todo lo que tenía que ver con sexualidad se silenciaba o era tabú, en las que ni siquiera era posible hablar de relaciones sexuales antes del matrimonio, y menos aún de anticoncepción. En la escuela, además, sus docentes les dijeron una y mil veces que la abstinencia era el mejor método para evitar los embarazos. Ellos querían gritarles que eso no era posible, que estaban en la mejor edad y que abstenerse no estaba en sus planes, pero, como «de eso no se habla», mejor solo lo comentaban con sus compañeros, en voz baja, en el baño de hombres.
Esta masculinidad está tan firmemente sostenida que naturaliza la violencia que ejerce contra los cuerpos de las mujeres y la vuelve invisible, a tal punto que, cuando se les consultó sí le habían preguntado a esas niñas y adolescentes (que ahora son sus esposas) si ellas habían querido ser madres, ellos respondieron que no, que nunca se lo preguntaron.
Eso sí, a ese hombre que le parece lo más normal del mundo violar a una niña de 12 años y luego casarse con ella, cuando le preguntan si le gustaría que su hija se casara con un hombre 10 o 20 años mayor, frunce el ceño, mira fijamente a quien lo está entrevistando y dice enfáticamente que no, que eso nunca, que definitivamente no.
Además, el patrón de la finca se casó con la adolescente de 15. Entonces, ¿cuál es el problema?
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