Se ha convertido en algo cultural. Recibo una llamada de una amiga que vive en Estados Unidos y que necesita una receta del antibiótico que ella «siempre usa para las diarreas» porque «allá le piden receta si lo quiere comprar».
La costumbre de usar antibióticos, Alka-Seltzer y otros «medicamentos populares» (así los llaman en Guatemala) para diversas enfermedades no es exclusiva de este país ni tampoco de un grupo en particular.
Muchas universidades y hospitales de Estados Unidos y Europa se han dedicado a la generación de especialidades que cubren el aspecto cultural. La forma como la persona reacciona a la enfermedad tiene mucho que ver con su entorno cultural, su aprendizaje y su visión de la enfermedad. En la actual ola migratoria y en la globalización no existe un país que pueda prescindir del abordaje cultural de la enfermedad, ya que en todos lados se encuentran diferencias culturales.
No hay dos personas que reaccionen igual a una enfermedad. Aunque sepamos que algunas son producidas por virus y bacterias, en todos los ámbitos escucharemos comentarios como «me dio gripe porque me enojé», «fue una mojada la que tuve» o «se me arreció la diabetes porque se murió mi mamá». Muchas de estas visiones no son científicas y son parte del entorno de la persona, creencias validadas con la experiencia personal, igual que el uso de antibióticos.
Desde hace unas semanas se ha estado aplaudiendo a un médico mexicano que atiende vestido de superhéroe. Es pediatra y así logra una comunicación mayor con sus pacientes pequeños. Pero, si mal no recuerdo, uno de mis maestros, un pediatra bueno pero bastante agrio, nos habría regañado si nos hubiera visto hacer payasadas para atender a los niños.
¿Por qué levantó tanta roncha el hecho de que la ministra de Salud haya mencionado que se debía integrar el reconocimiento del mal de ojo y de otras enfermedades y síndromes de filiación cultural en el país?
Para mí, la explicación tiene que ver con el racismo, teniendo en cuenta que no nos molestan cientos de otras formas de atención que existen en el país y que se practican cotidianamente o se encuentran en Internet, como la alineación de chakras (medicina ayurvédica), la acupuntura (medicina china), el détox con jugos y otras modas que aparecen.
Uno de los problemas a los que me enfrento con mis alumnos es la identificación de factores de riesgo durante el embarazo. La mayor parte de los signos de peligro que se identifican en las culturas mayas no tienen nada que ver con lo que los médicos conocemos como riesgo. El edema es visto con naturalidad en el embarazo, la fiebre se considera parte normal del proceso, etc.
Sin embargo, las mujeres q’eqchi’ se asustan cuando se les pudrió el nixtamal y lo relacionan con un mal parto. ¿Qué es lo que pasa en realidad? Si hacemos un poco de esfuerzo, nos daremos cuenta de que si se pudrió el maíz fue por culpa de la distracción y el descuido de la mujer. O sea, sus capacidades intelectuales están comprometidas, por lo que se distrae y ¿se marea? Pero no puede expresarlo y lo hace por símbolos.
Antes que esperar que el otro aprenda mis formas de ver el mundo, yo debería esforzarme por ver las de él. Tan loable es el médico que se disfraza de Superman para que el niño no tema a la quimioterapia como el que entiende que el mal de ojo es una enfermedad real para una persona, lo cual no necesariamente significa que sea malo o atrasado.
Hay que abrir los ojos y el corazón.
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