Y con ella, la posibilidad ya no de recurrir a la penosa labor de la memoria histórica, sino a una memoria instantánea más asequible para interpretar hechos sociales trascendentales. Y no porque lo primero no tenga que seguir haciéndose metódicamente para entender el presente, sino porque lo segundo también puede ayudar en la reinterpretación del pasado identificando patrones y tendencias desde un presente más inmediato.
Internet y las redes sociales son una plataforma de expresión del activismo ciudadano que incluye también una nueva manera de hacer periodismo sin necesariamente contar con licencia para ello. Todos somos potencialmente periodistas o cronistas de nuestra realidad con solo saber presionar un botón. Así, la memoria, esa brecha caprichosa entre lo que recordamos y lo que realmente fue, es más palpable y auxilia al investigador en «dónde buscar las grietas imperceptibles del pasado», como expresa Ricardo Falla al comentar sobre recuperación de la memoria histórica[1].
Este año, cuando se celebra el vigésimo aniversario del cese del enfrentamiento armado en Guatemala, me pregunto cómo habría sido si las víctimas de la represión estatal hubiesen contado con la tecnología del siglo XXI y documentado instantáneamente los asesinatos y las masacres por medio de redes sociales, si todo aquello que nos relata el antropólogo Falla por medio de los testimonios de los sobrevivientes hubiera sido capturado y propagado al instante.
Me pregunto si sus historias habrían sido tomadas en serio y debidamente aceptadas como evidencia. O si se hubiese despertado la conciencia de la población en las áreas urbanas y prevenido la vorágine de la violencia política y el desplazamiento de casi un millón de habitantes con el saldo cruento de más de 200 000 muertos. Y quizá la pregunta más importante: ¿habrían sido estas historias de horror suficientes para desmantelar en su debido tiempo la impunidad que cobijaba a las fuerzas de seguridad del Estado y que perpetuó el terror y el silencio durante décadas?
Formulo estas preguntas también a la luz de los últimos casos, muy sonados en Estados Unidos, relacionados con la ejecución de jóvenes negros por parte de las fuerzas del orden en varias ciudades del país y la difusión de videos que registran el momento en que son asesinados. La violencia policial sobre civiles negros está bien documentada, y la evidencia prueba la desproporción que existe entre el número de arrestos o multas a la población afroestadounidense comparado con el correspondiente a la población blanca.
Como indica el padre Falla, «[…] la memoria […] nos demuestra que esta es tremendamente selectiva y que no se pueden aceptar los recuerdos sin atender a las estructuras de poder en que se inscriben los pueblos, sus sectores, sus clases sociales, sus etnias, linajes y parientes en un momento dado»[2].
Pese al uso de viejas y nuevas tecnología en la búsqueda de la verdad y la justicia, las estructuras del poder y los sistemas de exclusión permanecen blindados y selectivos, lo que hace más difícil la lucha contra la impunidad. Tuvieron que pasar décadas para que se dictara sentencia por genocidio contra Efraín Ríos Montt, la cual fue luego anulada por la Corte de Constitucionalidad. Y pese a la disponibilidad de memoria gráfica instantánea y viral para sentenciar a aquellos responsables de la violencia brutal contra civiles afroestadounidenses, existe una ley sancionada por la Corte Suprema de Justicia que hace muy difícil condenar a los policías por abusos contra civiles, basada en el principio de objetividad razonable, que privilegia el testimonio de los oficiales y su evaluación de una supuesta amenaza.
La contribución de los ciudadanos como testigos y voceros de una memoria instantánea en busca de la verdad, la justicia y la reconciliación sigue gozando de buena salud. Y lo cierto es que, más que nunca, como diría el activista Clayton Patterson, «el hermano menor está observando al Hermano Mayor».
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[1] Falla, R. (1997). «La memoria en la interpretación de las masacres». En Al atardecer de la vida. Escritos de Ricardo Falla, S. J., volumen I (2013). Guatemala: Avancso, IEHR-URL, Editorial Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Pág. 45.
[2] Ibid.
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