Unas semanas atrás cayó en mis manos el libro Tierra roja: la novela de Lázaro Cárdenas, de Pedro Ángel Palou. Serio y valiente esfuerzo de condensar en una novela histórica una personalidad y una presidencia de semejante estatura. Linda puerta de entrada a uno de los capítulos más discutidos y quizá más significativos y hermosos de la historia de México. Por eso decidí seguir el consejo del padre Montes y heme aquí tomando prestados algunos trozos del libro para dejarlos a mano, pues quién sabe cuándo puedan ser de utilidad.
Porque «no se trata de contar la Historia, con mayúscula, pues esta no existe así para quienes la viven. Se trata de estudiar, en la psicología de los personajes y en sus elecciones (qué otra cosa es la vida que elegir), cómo los sucesos históricos modifican, trastornan, viran para un lado u otro las vidas de los seres humanos que poblamos la tierra y las páginas de los libros».
Al presidente Cárdenas se le recuerda por la nacionalización del petróleo, por la vocación campesinista de su administración, por el decidido apoyo a ese concepto tan mexicano que es el ejido y por favorecer las organizaciones obreras. Una gestión coherente con su momento histórico, seguramente discutible en muchos aspectos, pero sin duda un sexenio que tuvo color definido, nombre y apellido, sentido de dirección y claridad política.
Una presidencia que pasó muchas horas en el terreno, en el campo. Waldo Frank, después de una gira con el presidente por Oaxaca, escribió: «No pernocta en hoteles o casas. Él y sus funcionarios se envuelven en mantas que traen ellos mismos y duermen en escuelas públicas […] Cuando el presidente se paraba en medio de la plaza de algún pueblo, hombres, mujeres, niños se amontonaban a su alrededor contándole sus desesperadas necesidades. El general Cárdenas sabe escuchar como pocos. Cuando escucha a veces sonríe y a menudo llora».
Llegada la sucesión, ese momento que llegó a convertirse en signo distintivo del sistema político mexicano por décadas y décadas, el presidente les pide a los posibles contendientes que se separen del gabinete porque «no piensa inclinar la balanza por ninguno. Esta sería su prueba de fuego como presidente. Seguir la vieja costumbre de Calles de imponer su candidato sería un error. Todo el esfuerzo de estos años se vería derrotado si se debilita el partido».
Pero, así como fue de campo, también fue una presidencia reflexiva. «Ningún presidente encarnó la Revolución mexicana con la pasión y la fe en su utopía como lo hizo Lázaro Cárdenas. Ningún otro presidente, por otro lado, dedicó tal cantidad de tiempo y páginas a dejar constancia de su paso por la tierra». Allí han quedado para el registro histórico los cuatro tomos de sus Apuntes, sus discursos públicos e intervenciones y tres tomos de su epistolario, de donde han abrevado incontables análisis de su administración y de su época.
Cualquiera que sea el juicio político que hoy se les haga a Cárdenas y al cardenismo, es indiscutible el valor que tiene recuperar la historia, de la forma que sea, en novelas, en ensayos, en libros de texto, en documentales. Es la única forma en que se puede avanzar como sociedad en un tiempo cuyo signo es el alzhéimer político y ciudadano. Esfuerzos como los de Palou y de otros como él van dejando semillas para que nuevas generaciones vuelvan a engancharse con su pasado, con su identidad, con su imaginario colectivo.
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