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El presidente estadounidense, Donald Trump, en conferencia de prensa, en la Casa Blanca, después de la firma del acuerdo migratorio entre Guatemala y EEUU, el pasado viernes 26 de julio. Jim Lo Scalzo/EFE

¡Nosotros no iniciamos el fuego!

El presidente Trump tiró a la basura cien años de una relación diplomática basada, parcialmente, en el imperio de la Ley y en los principios de un orden internacional abierto y pacífico. Lo sustituyó con el imperio de la Fuerza
La radicalización de la política local y el triunfo político de un enfoque nacionalista, proteccionista y populista en los Estados Unidos de América ha hecho al mundo un lugar menos seguro
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¡Nosotros no iniciamos el fuego!

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El enojo del presidente Donald Trump en contra de Guatemala puso en crisis a la estabilidad política y económica del país. Pero, esta no es la primera vez en que un gobierno estadounidense obliga a las élites guatemaltecas a actuar en contra de sus propios intereses.

Ya en 1918, al final de la Primera Guerra Mundial, el gobierno de Woodrow Wilson había forzado a Guatemala a expropiar los bienes de los alemanes y a vendérselos a ciudadanos americanos, a cambio de comprarle su café y azúcar, y de venderle productos que ya no se obtenían de Europa. Y este recién estrenado poder imperial, fue usado de nuevo en la década de 1940 en contra de empresas y ciudadanos alemanes radicados en Guatemala, en 1954 en contra de la permanencia del gobierno de Jacobo Arbenz Guzmán, y entre finales de 1970 y principios de 1980 en contra de los gobiernos militares del país, debido a denuncias de violaciones a los derechos humanos de los guatemaltecos.

Durante este Siglo Americano, los gobiernos estadounidenses siempre buscaron alguna justificación moral que validara, aunque fuera parcial e imperfectamente, sus acciones sobre Guatemala. La promoción de la democracia y del capitalismo, la creación de una sociedad y de un mercado libres o la lucha contra la corrupción, fueron algunas de estas justificaciones. El gobierno de los Estados Unidos trató constantemente de que la distancia entre los intereses realistas e idealistas (entre realidad y ficción) de su política exterior fuera la menor posible. Y, ello también permitió que los gobiernos guatemaltecos justificaran su apoyo a los estadounidenses, con base en la idea (o ideal) de que ambos tenían principios e intereses compartidos.

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El 23 de julio de 2019 el presidente Trump tiró a la basura cien años de una relación diplomática basada, parcialmente, en el imperio de la Ley y en los principios de un orden internacional abierto y pacífico. Lo sustituyó con el imperio de la Fuerza que le autorizaron sus leyes de emergencia nacional (entre estas están la sección 301 de la Trade Act de 1974, la sección 232 de la Trade Expansion Act de 1962, y la International Emergency Economic Powers Act).

Los guatemaltecos sintieron, por primera vez desde 1954, su indefensión ante una amenaza más poderosa que ellos, y a la que no le importaba destruirlos con tal de alcanzar sus objetivos. Lo que es más riesgoso es que por primera vez un gobierno estadounidense antepuso sus intereses a los de Guatemala, sin importar si se contrariaban las normas de derecho internacional, las decisiones judiciales de Guatemala, las legítimas expresiones democráticas de rechazo al Tratado de Tercer País Seguro (TTPS), los principios sobre los que se sostenían las relaciones diplomáticas, o si se destruían cientos de miles de puestos de trabajo, de inversiones de miles de millones de dólares, o si se vulneraba la estabilidad fiscal del país. Su único interés era que el gobierno de Guatemala cumpliera con su voluntad para reducir la entrada de inmigrantes ilegales a los Estados Unidos.

Esta pérdida de libertad ante la voluntad del gobierno estadounidense, no es sólo un riesgo para Guatemala, sino también para el resto del mundo.

El despertar del dragón

Acostumbrados a ser los buenos de las películas, los estadounidenses están teniendo que enfrentarse a un malestar en su cultura, al despertar de un dragón que estaba medio dormido. Ya no son sólo los superhéroes ni los príncipes de sus propias historias, sino que se están convirtiendo en villanos en contra del orden mundial que ellos crearon. El dragón despertó el 20 de enero de 2017 y dijo, en el discurso Inaugural del presidente Donald Trump:

Al centro de este movimiento hay una convicción crucial: que la nación existe para servir a sus ciudadanos […] Estamos transfiriendo el poder desde Washington D.C. y devolviéndoselo a ustedes, el Pueblo Americano.

Y el 3 de agosto de 2019 el dragón continuó, en el Manifiesto del Tirador de Walmart:

Simplemente defiendo mi país de un remplazo étnico y cultural provocado por una invasión […] La INACCIÓN ES UNA DECISIÓN. No puedo seguir tolerando la vergüenza por la inacción, sabiendo que nuestros padres fundadores me dieron los derechos que necesito para salvar a mi país del borde de la destrucción […]. Mis acciones son intachables. Porque no es un acto de imperialismo, sino un acto de preservación.

Hace veinte años en los Estados Unidos todavía había una sensación de triunfalismo, la idea de que la historia había llegado a su fin y de que, contrario a lo teorizado por Marx, ese fin no era un mundo comunista, sino uno capitalista.

Los estadounidenses habían sobrevivido a la Guerra Fría y habían quedado como el único super poder mundial. Este mundo unipolar se caracterizó por una Europa que todavía los necesitaba para resolver el conflicto de los Balcanes; una China que estaba creciendo económicamente, pero desde un punto muy bajo; y de una Rusia cuyo pasado soviético estaba destruido y desprestigiado y cuyo presente económico y militar estaban en crisis. En las películas de acción y de guerra de Hollywood los villanos tuvieron que ser reemplazados por alienígenas, robots del futuro, zombis, dinosaurios y criminales. Ya no había nazis, ni soviéticos, ni vietnamitas que combatir.

Pero la historia de los Estados Unidos no había terminado. Y, aunque todavía no hay un acuerdo académico sobre las principales causas del reciente colapso de la hegemonía unipolar estadounidense, sí hay algunas hipótesis.

Para el historiador Niall Ferguson, en su obra Colossus (2004), el desdén y la negativa de los políticos estadounidenses de convertir a su país en un imperio real, permitieron un desorden global que aprovecharon grupos que compiten contra su poder: terroristas, criminales internacionales, y otros estados.

Para Dani Rodrik la pérdida de la hegemonía americana se debió a un proceso de hiperglobalización, en el que se justificó la apertura de las economías nacionales en beneficio de los mercados globales, y no viceversa. Esto provocó la pérdida de inversiones y de empleos en los Estados Unidos, a favor de países menos desarrollados, como China o México, sin adecuadas medidas de protección y reconversión laboral.

Para Larry Diamond esta decadencia es más un fenómenos psicológico. Comenzó con la pérdida de confianza de los estadounidenses en las promesas del gobierno de George W. Bush de asegurar la democracia en Irak, después de la invasión de 2003; y aumentó debido al creciente incumplimiento de los Estados Unidos de las normas internacionales.

En cualquier caso, la radicalización de la política local y el triunfo político de un enfoque nacionalista, proteccionista y populista en los Estados Unidos de América ha hecho al mundo un lugar menos seguro. Y esto es más cierto para países como Guatemala, que cuentan con pocos mecanismos para protegerse en contra de estados más fuertes, y con pocos recursos para tener una mejor posición negociadora con el mundo.

El incendio de Guatemala

Los incendios son una manifestación de los problemas que los guatemaltecos no hemos resuelto. Nada lo representa mejor que la reciente exposición «Interior», del artista Mario Santizo, presentada a principios de 2019 en el Centro Cultural Municipal.

En el texto de la obra Santizo menciona que Guatemala tiene una fuerte relación con el fuego, y lista entre los incidentes la quema de la Embajada de España (1980), la reciente erupción del Volcán de Fuego (2018), la muerte por calcinamiento de cuarenta y un niñas del Hogar Seguro Virgen de la Asunción (2017), y las múltiples veces que se ha quemado La Terminal, en la zona 9 capitalina.

Luego añade: «Quise reflejar estas historias dentro de un edificio administrado por el Gobierno de Guatemala».

Las recientes amenazas de Donald Trump en contra de Guatemala (y no sólo en contra de su gobierno) prendieron nuevamente la llama de la discordia entre los guatemaltecos. Sus palabras alimentaron una batalla de palabras que se ha venido repitiendo e intensificando desde la caída del gobierno de Otto Pérez Molina en 2015.

Pero esta lucha mediática, narrativa e ideológica también ha permitido evidenciar algunas de las debilidades estructurales (políticas, económicas y sociales) del país: un sistema político divorciado de los intereses de la mayoría, un servicio civil que tiene décadas de estar en la cola de las prioridades, una estructura económica que no facilita el crecimiento de la demanda de empleo formal, un sector exportador muy vulnerable a los shocks externos, y una sociedad dividida en bandos étnicos, ideológicos, geográficos, éticos y económicos, a la que se le dificulta ver más allá de los intereses privados que representa.

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El bien público suele estar supeditado a los intereses de los sectores, comunidades, clases, y grupos de presión que se arrogan, sin mucho empacho ni prueba, la representación del «pueblo».

Así, la postura pública del Cacif a favor de la firma del TTPS y en contra de la recomendación dada por la Corte de Constitucionalidad al presidente Jimmy Morales fue uno de estos puntos de discordia entre guatemaltecos. A esto se sumó la posición favorable de Salvador Paiz y de Juan Carlos Zapata (¿cómo representantes de FUNDESA?) al Tratado. Hubo una postura prudente de la Cámara de Industria de Guatemala (CIG) en cuanto a la necesidad de priorizar la protección de la vida humana en las negociaciones, y de pedir al gobierno que fuera transparente sobre el contenido del Tratado. Agexport y la Asociación de Vestuario y Textiles optaron por no presentar una postura pública sobre el tema, a pesar de que algunos de sus agremiados se contaban entre quienes más riesgo corrían si no se firmaba el TTPS.

Contrario a las críticas recibidas por el sector privado por sus posturas, su interés no era únicamente privado.

En este sentido, el sector privado organizado estaba consciente de que el TTPS era perjudicial para Guatemala, pero no todos sus voceros lo expresaron claramente.

Solamente Salvador Paiz mencionó que el tratado era algo negativo y cuya implementación generaba incertidumbre (aunque lo veía como el menor de los males). La CIG condicionó su apoyo al TTPS a una mayor transparencia por parte del gobierno, con respecto a su contenido.

Otros sectores, aunque no lo hicieron público, también tuvieron dudas con respecto a la capacidad del país de poder manejar la carga que suponía atender a los migrantes, y no vieron con buenos ojos lo poco que ganó Guatemala en las negociaciones del Tratado.

Entonces ¿por qué no se pronunciaron abiertamente en contra del TTPS?

Dos razones justificaron esta aquiescencia de una parte del sector privado organizado a la firma del Tratado: los potenciales altos costos del incumplimiento de las demandas de Trump; y la ausencia de mecanismos para absorber los posibles costos de las sanciones americanas, sin que ello representara la quiebra de ningún sector.

Las exportaciones guatemaltecas hacia los Estados Unidos de América representaban el 33.9% de total de las exportaciones del país, equivalentes US$1,598,100,000 (a mayo de 2018). Este valor aumentaba al 79% en el caso de las exportaciones de vestuario y textiles, que sostienen una industria que en 2017 generó alrededor de 107,900 empleos directos, y 78,000 indirectos.

Las sanciones también habrían eliminado miles de millones de quetzales que se hubieran dejado de percibir en impuestos a las exportaciones y a los ingresos y consumo de los trabajadores de las empresas exportadoras. También se hubieran dejado de percibir beneficios laborales.

Los riesgos económicos de no firmar el Tratado eran más graves que los posibles costos de su implementación. Y el alcance de estos riesgos rebasaba los intereses de un solo sector, pues amenazaba a toda la cadena de valor de los sectores afectados y a los ingresos públicos.

Pero el sector privado guatemalteco tampoco tenía herramientas de corto y mediano plazo para absorber los posibles costos de las sanciones, y su estructura comercial, altamente dependiente los mercados estadounidenses, le daba poco espacio de negociación. Sin una política cambiaria flexible y favorable, con una política salarial impredecible y politizada, y con una política fiscal dependiente de las exportaciones, el sector exportador no hubiera podido soportar el peso de sanciones económicas.

De hecho, aunque hubiera tenido estas herramientas, hubieran sido insuficientes para sobrevivir al huracán.

Sin embargo, la mayor debilidad económica del país, ante un mercado global altamente dinámico y un contexto político cambiante, es su estructura económica poco flexible y cuya rentabilidad depende de un uso más intensivo de capital que de mano de obra, entre los sectores transables, o de un uso más intensivo en mano de obra poco calificada que de capital, entre los sectores no transables.

Dicho de otra forma, ante la apertura de los mercados globales y, dado que Guatemala no puede competir con costos de producción más bajos que los de países como Vietnam o México, entonces tiene que: 1) competir con bienes cuya producción depende menos de la fuerza laboral y más de las máquinas; o 2) invertir más en comercio y servicios de consumo local, que dependen de mano de obra menos calificada y costosa.

Es tiempo de apagar el incendio

«Nosotros no iniciamos el fuego, éste prendido siempre estaba, mientras el mundo vueltas daba», dice la canción de Billy Joel.

Aunque los guatemaltecos no iniciaron el fuego, sí tienen que apagarlo para no quemarse de nuevo. Es claro que el riesgo de la nueva política exterior estadounidense para Guatemala y el mundo no va a cambiar en el corto plazo. Y aunque cambiara, el riesgo seguiría latente en cuanto a que los intereses de los Estados Unidos de América (o los de cualquier otro país) no siempre van a ser compatibles con los de Guatemala.

Entonces, ¿qué nos queda?

En el corto plazo debemos reconocer que necesitamos tener discusiones más serias, técnicas y abiertas, y menos polarizadas, esencialistas y politizadas.

Necesitamos comprender las debilidades y problemas que enfrenta el país ante el mundo exterior, así como descubrir soluciones técnicas a esos problemas. Lejos de criticar al sector privado guatemalteco por apoyar una decisión poco popular, es mejor tratar de entender las causas y restricciones que lo obligaron a actuar de esa manera, y a buscar opciones para fortalecerlo y evitar que esta situación pase nuevamente.

El éxito de Guatemala no está en la lucha entre sectores, sino en el reconocimiento mutuo de que la estructura económica del país debe adaptarse al mundo globalizado, de que debemos diversificar los mercados a quienes vendemos y compramos, para reducir el riesgo de quienes quieran volvernos a cerrar el chorro; y de que necesitamos nuevos aliados internacionales, que contrapesen el poder que hoy tienen los Estados Unidos.

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