Son muchos los temas que generan división en la sociedad guatemalteca, que estimulan la formación de grupos con posiciones opuestas sin ningún punto en común, para definir en poquísimas palabras la polarización a la que muchos temen. Están marcando la coyuntura temas como el pluralismo jurídico, el aborto, la pena de muerte, la regulación del secreto bancario y la prisión preventiva primero y domiciliar luego para el hijo y el hermano del presidente.
Pero los temas polarizantes en Guatemala no son solo los de la coyuntura. Podría afirmarse que toda nuestra historia registra posiciones opuestas irreconciliables: la enemistad entre Tikal y Calakmul; la conquista y la colonia españolas; el racismo; la liberación de la CIA, el golpe de Estado de 1954 y toda la experiencia guatemalteca del choque ideológico de la guerra fría; el genocidio; catolicismo versus credos cristianos evangélicos; el modelo económico que Guatemala debe adoptar para erradicar la pobreza y generar empleo y crecimiento con equidad; y un seguramente demasiado largo etcétera.
O sea, en mi opinión, la guatemalteca siempre ha sido una sociedad polarizada, quizá debido a la enorme abundancia de temas que nos han dividido y nos dividen, pero sobre todo por nuestra incapacidad histórica de aceptar que somos una sociedad diversa, multicultural, multilingüe y pluriétnica y luego aprender a vivir como tal. Es decir, quienes reclaman que guatemaltecos somos y debemos ser un solo pueblo homogéneo evidencian una visión maniquea de una realidad de diversidad evidente e histórica. Hasta da cabida a interpretarla como perversa, afín a la homogenización impuesta a sangre y fuego a lo largo de toda la historia.
Así que uno está invitado a entender que las preocupaciones de algunos no son por la generación de factores polarizantes, sino por el estímulo malintencionado de esos factores preexistentes que para bien o para mal caracterizan a la sociedad guatemalteca. De ahí, por ejemplo, las preocupaciones de algunos o el pánico de otros porque la Cicig, el Ministerio Público y el Procurador de los Derechos Humanos hayan expresado apoyo a la reforma constitucional para reconocer el pluralismo jurídico. Según esas preocupaciones, estimularon innecesariamente el racismo prevaleciente que nos ha polarizado por siglos.
El mismo análisis se aplicaría al caso del barco de la ONG Women on Waves. Pareciera que la preocupación en realidad no es que el aborto haya surgido como un tema nuevo que polarice, sino porque la llegada de ese barco estimuló la polarización preexistente, un tema sobre el cual siempre ha sido mejor no hablar.
Temas como el racismo, la desigualdad y la exclusión socioeconómica, el aborto, la pena de muerte y los derechos de los pueblos indígenas son tabúes guatemaltecos que nos han polarizado y siguen polarizándonos. Lo inquietante es el empeño de mantenerlos como tabúes y que, bajo la bandera de evitar la polarización (algo que resultaría absurdo porque no se puede evitar lo que ya existe), se rehúya discutirlos abiertamente.
Diferencias e ideas opuestas, polarización, han existido y existen en todos los tiempos y lugares. La diferencia es cómo las sociedades han aprendido a vivir con ellas.
Así que tal vez nos convendría no temerle tanto a la polarización y encarar nuestros tabúes. Quizá lo más sano que nos esté sucediendo es que poco a poco estemos aprendiendo a discutirlos madura y pacíficamente, sin seguir empujándolos bajo la alfombra con la escoba. Hasta donde entiendo, es lo que una democracia funcional nos ofrece: aprender a convivir en paz con nuestras diferencias y nuestra diversidad de formas e ideas.
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