Primero que nada, nos toca ver las crisis en su justa dimensión. Las crisis, por definición, son temporales. Nos toca entender que la coyuntura es simplemente la manifestación de la estructura. Sin embargo, las coyunturas definen y consolidan las tendencias de la estructura. Las crisis manifiestan shocks en la estructura que, si son recurrentes, pueden reflejar falencias en el sistema.
Así pues, nos toca solventar la estructura desde los mensajes que nos envían las coyunturas para ir reduciendo la incidencia negativa de las crisis si estas así lo reflejan.
Nos toca dejar de etiquetar y clasificar a las personas con las que convivimos con el objetivo de estigmatizarlas o denigrarlas. Nos toca vernos como tripulantes de un mismo barco, pero no divididos en clases aisladas. Debemos empezar a vernos como ciudadanos y ciudadanas con los mismos derechos y las mismas obligaciones, que compartimos la misma nación y con la capacidad de incidir en su realidad. Nos toca identificar las falencias de nuestro entorno. Si el sistema en que vivimos permite que una sola persona muera de hambre, que existan niños que nacen, crecen, viven y mueren en las calles o que ocho de cada diez niños sufran desnutrición crónica, ese sistema está fallando. Nos toca convencernos de que existen variables que cambian el entorno que están bajo nuestro control, pero cuya flexibilidad está en función del poder social. Es decir, debemos encontrar consensos y unidad social. Individualmente es difícil, si no imposible. Debemos adoptar un ethos (sí, adoptarlo entre todos y todas) que implique la construcción de comunidad, vernos como miembros de un todo para poder valorar y respetar nuestro entorno ecológico y social. Debemos empezar a dejar de condenar a otros simplistamente y empezar a entender causas, razones y diferentes perspectivas. Nos toca dialogar.
Nos toca respetar la vida en todas sus manifestaciones.
Debemos madurar como nación, construir y fortalecer ciudadanía. Nos toca platicar con nuestros hijos en la casa y escucharlos con seriedad, amor y comprensión. Nos toca educarnos y educar, en lo que podemos, a nuestros conciudadanos críticamente. Como a cualquier persona madura, nos toca buscar puntos de consenso. Nos toca madurar dejando el ego y las arrogantes creencias de superioridad por un lado.
También nos toca rescatar la compasión y la empatía. Comprender que cada quien en este país y en el mundo tiene dignidad como persona por el simple hecho de haber nacido, por lo que debe ser respetada como tal. No hay ciudadanos de primera o de segunda, aun si tienen helicópteros parqueados en hangares o ningún activo en su poder. Nos toca entender, entonces, que el respeto humano no está en función de los activos que una persona posee. No debemos tolerar que una persona critique, excluya o trate a otra de forma despectiva por su color de piel, por sus prácticas culturales, por sus convicciones políticas, por sus creencias religiosas, por su pertenencia étnica o por su preferencia sexual.
Nos toca estar en la disposición de renunciar a nuestros privilegios heredados, quienes los tenemos, de manera que podamos constituir, entre todos y todas, un Estado que brinde acceso a oportunidades a quienes no las tienen, que hoy en Guatemala son una mayoría. Es decir, nos toca aportar un poco más si tenemos un poco más para que quienes no tienen tengan. El resentimiento y la desconfianza se nutren con el odio sembrado en algunos miembros de la sociedad por parte de la misma sociedad. Debemos entender que una nación solidaria produce una convivencia más armónica y pacífica que una sociedad excluyente, racista y estructuralmente desigual. Es importante comprender que un pueblo pobre y poco educado puede ser fácilmente manipulado, como también lo puede ser un individuo rico y estudiado, pero ignorante, necio y acrítico.
Nos toca comprender que la democracia no se genera espontáneamente y que cada generación tiene la responsabilidad de continuar en su construcción y fortalecimiento.
Toca entender que la guerra y la paz tienen su origen en la mente humana y que es allí donde deben ser abordadas.
Nos toca entender a los demás, y eso solo se logra conociéndolos, aprendiendo de sus perspectivas, pues nosotros también tenemos una, que no es la única ni necesariamente la mejor ni necesariamente la verdad. Nos toca hablarnos y escucharnos, vernos a los ojos, sentarnos a dialogar sin prejuicios. Toca tener la capacidad de escuchar otras verdades, aunque sean incómodas. Para ello nos toca enseñarles con el ejemplo a nuestros hijos. Nos toca educar a nuestros hijos a pensar críticamente, y no únicamente a callar y obedecernos porque somos sus padres. Nos toca escucharlos y entender sus visiones desde la niñez, y no desacreditar sus problemas como cosas de niños.
Nos toca hablar con honestidad, vernos hacia adentro y comprender que en nuestra efímera existencia tenemos la oportunidad de crecer y emanciparnos. Para eso debemos descubrir nuestro sentir y desnudar nuestros temores. Así podemos liberarnos de ellos.
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