Se ha anunciado con bombo y platillos la vacunación de docentes, de estudiantes y de personal administrativo de las universidades del país. Esto no estuvo contemplado en el plan de vacunación, que en el papel, con sus fallas, consideraba que era decente, aunque mal llevado a la práctica. Viendo el desorden y la mala ejecución del plan, empezaron a no respetarlo y a desordenarlo. La presión ejercida por las universidades debió de ser grande para acelerar la vuelta a la presencialidad.
¿Por qué tanta presión por volver a la presencialidad? Yo, en mis días de estudiante, prefería sin dudar una buena clase a la vieja usanza, con una pizarra y un desarrollo e intercambio claro de ideas. Sin embargo, perdemos de vista algo importante. En un país funcional, las universidades, más que lugares que sirven únicamente para dar clases, son centros de pensamiento, de investigación y de innovación. Aquí la actividad principal de algunas universidades, si no la única, es la enseñanza.
No podemos dejar a un lado que las vacunas evitan los casos graves de covid-19, mas no eliminan los contagios. Recordemos que las medidas se hacen para evitar la ocupación hospitalaria y que muchos de los actores de la vida universitaria siguen viviendo con gente que no ha tenido acceso a la inmunización y de la cual no sabemos cuándo lo tendrá.
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Muchos negocios, en Guatemala y en el mundo, cambiaron su modelo para afrontar la crisis: restaurantes que se volvieron tiendas, ferreterías que se volvieron también abarroterías, etc. Con el rol de innovación, parece absurdo que, un año y medio después del inicio de esta crisis, las universidades no hayan considerado un cambio de esquema. Las clases continúan en línea y, en el caso de las universidades privadas, el problema está en el cobro de laboratorios y de parqueo a los estudiantes. Poco tienen que ver las clases, que en muchos casos (no quiero incluir a todas) ya son bastante mediocres en el plano presencial. Y esa mediocridad muchas veces es promovida por la postura clientelar de las mismas universidades. Muchas veces, más que ofrecer una educación de calidad, con contenidos de cursos cada vez más flojos, ofrecen una creación de potenciales redes de acceso al mundo laboral, en el mejor de los casos.
Un cambio de modelo consistiría en realizar investigación financiada por el Estado o por el sector privado dedicada a ellos, como si se les vendiera un servicio. Muchos análisis innovadores pueden surgir de las universidades y, por qué no, de start-ups de tecnología, como está sucediendo en Europa: está el claro ejemplo de Pasqal, una empresa surgida en las universidades de París para construir computadoras cuánticas, que cada vez están más cerca de convertirse en una realidad. La promoción de esta empresa para pasar de la fase de creación de prototipos a salir al mercado tiene un costo estimado de unos siete millones de euros, cifra mucho menor a la contemplada últimamente en infraestructura por varias universidades del país. Una empresa no por fuerza de tecnologías cuánticas, pero sí acorde a las necesidades del país, podría devolver inversiones a la vez que es rentable y genera recursos para las universidades al ser socias de estas empresas nuevas.
Si bien esperamos que una crisis como esta sea única en la vida, cabe dentro de las posibilidades que se repita. Autoridades universitarias, ¿no creen que, además de dar clases, podría valer la pena darle un giro al enfoque que tienen? ¿No sería bueno también no depender financieramente tanto del número de estudiantes como de la calidad de estos?
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