Eso es muchísimo dinero. Para ver cuánto, imagínelo físicamente. Al tipo de cambio actual es poco más de 100 millones de dólares. Esa cantidad llenaría completamente un palé —esas plataformas de madera que sirven para transportar mercancías— ¡en billetes de $100! Así que serían 7 palés en billetes de Q100 y 700 palés en billetes de Q1. Toda una bodega repleta de billetes es lo que pagó Aceros de Guatemala de una vez.
Usted y yo no nos movemos en el mundo de los grandes negocios, así que apenas dejaremos manchas grasosas por aplastar nuestra nariz contra la ventana de esa bodega para tratar de ver lo que pasa adentro. Pero al menos intentemos, que para eso sirve la razón.
La pregunta obvia es ¿cómo se consigue tanto dinero? No estamos hablando de pilas de papel moneda, por supuesto, sino de cifras digitales en cuentas electrónicas, pero la pregunta sigue siendo pertinente. Aunque hay que tener cuidado al hacer símiles entre el presupuesto familiar y las grandes finanzas, buscar comparaciones así nos pone en buena compañía. Margaret Thatcher, que tanto gusta a la derecha guatemalteca, lo hacía todo el tiempo. Así pues, ensayemos: ¿qué haríamos usted o yo si tuviéramos que pagar, de un día para otro, una deuda grande?
La primera opción es que ya se tenga dinero bajo el colchón. Aquí la implicación es brutal: si se puede ahorrar, también se pueden pagar los impuestos, pero no se quiere. Aceros de Guatemala habría preferido ver escuelas abandonadas y hospitales sin medicina que pagar con lo que ya tenía.
La segunda opción es tomarlo de los fondos operativos —sacarlo del gasto del mes, digamos—. Improbable porque, si necesitan el dinero para operar, ¿de qué sirve salvar la empresa de la intervención si luego no se va a poder funcionar? Sería como pagar la renta y quedarse sin dinero para comer.
Así que llegamos a la tercera opción: pedir prestado. Podría pedirles plata a los amigos. Imagine la escena en el directorio de Aceros de Guatemala: «Muchá, necesitamos hacer ajustón para juntar los 780 millones». Saca la chequera cada multimillonario y anota, digamos, 175 millones de quetzales con 92 centavos. Pero esto apenas traslada el problema original. Si hay personas con esa cantidad de plata disponible, ¿por qué se resisten a pagar impuestos? Son avaros o no tienen madre. Quizá las dos cosas.
Lo más probable es que no sea un préstamos personal, sino institucional. Al fin, la transacción fue hecha desde el Banco Industrial, en cuyo directorio se sentaba un miembro de la augusta familia fundadora de Aceros de Guatemala. Quien se retiró de dicho directorio días antes de la transacción, nos cuentan los medios. Lo cual tendría sentido si quería pedir un préstamo. ¿No le parece?
Pero allí viene otro problema. Intente usted pedir prestado a un banco cuando su nombre está en todos los titulares por defraudación fiscal y corrupción y me cuenta cómo le va. No le darán ni la hora. Si a duras penas prestan cuando uno demuestra que ya tiene disponible la misma cantidad que pide. Por eso conviene ser dueño de un banco, ¿no? Y se entiende la reticencia a modificar las leyes sobre el secreto bancario.
Dejemos hasta allí nuestras manchas grasosas en la ventana y terminemos como empezamos, poniéndole tamaño al dinero. Esta vez, con un tema de moda: el manido Plan para la Prosperidad. Para 2016 ese plan estima una inversión de 1 430 millones de dólares para toda Centroamérica. Estados Unidos aportará 750 millones, y el resto, los países de la región. La parte de Guatemala es de 112 millones.
En otras palabras, una sola empresa, una sola, pudo poner el equivalente al 6.9 % de todo el financiamiento del plan para este año. Poco menos de 1/7 de la contribución estadounidense. Otros seis iguales y prácticamente no necesitaríamos el donativo. Soltó, de golpe y porrazo, el equivalente a 9 de cada 10 quetzales (88.6 %) que le toca poner a Guatemala.
La conclusión cae por su propio peso. La élite económica del país debe pagar más impuestos, debe pagar primero. Por más que se queje, por más que invente que se va a desacelerar la economía, por más que diga que debemos ampliar la base tributaria, es imposible creerle si primero no pone su parte.
Más de este autor