Sucede que este pasado jueves 27 de julio se organizaron, para las 5 de la tarde y de manera simultánea, dos actividades en la Escuela de Ciencia Política. Quien lo ve de lejos diría que en dicha unidad académica (pequeña, por cierto, en comparación con otras que hay en la sede central) la intelectualidad se mueve. Una de dichas actividades fue la cátedra magistral dedicada a Edelberto Torres-Rivas (aunque él no estaba presente, pues llegó por la mañana a otra actividad) en un salón, mientras en otro se llevaría a cabo un conversatorio con entrada libre sobre la realidad de Venezuela. Para esta última, entre otros, llegó a la universidad Gloria Álvarez, quien finalmente no participó en el conversatorio, pero quien a su vez invitó a la comunidad venezolana en el exilio, grupo que sí se hizo presente.
Pues bien, la cuestión se desbordó en el conversatorio. Una vez que hablaron los panelistas, el director Marcio Palacios les dio la palabra a los representantes de la comunidad venezolana en el exilio. Estos no pudieron hablar porque los simpatizantes del Gobierno venezolano, también presentes, empezaron a abuchearlos y acusarlos de «terroristas». Y no solo no les permitieron expresarse, sino que prácticamente los sacaron del salón y los persiguieron por los alrededores de la Escuela de Ciencia Política. A todo esto, a los estudiantes de la escuela no les quedó más que correr detrás de ambos grupos y colocarse en medio de los dos para evitar que se agredieran físicamente. Paralelamente, o un poco antes, aparecieron algunos representantes de la Huelga de Dolores de la Facultad de Derecho, unos encapuchados y otros no, algunos armados con unos instrumentos para electrizar, diciendo que no permitirían la participación de Gloria Álvarez en el evento porque ella había dicho recientemente que los estudiantes sancarlistas «son unos parásitos». Detonaron en las afueras una bomba cuando iniciaron su plantón y otra cuando se fueron. En medio del tumulto y el relajo que se causó allí, los organizadores, según testimonio de los mismos estudiantes de la escuela, desaparecieron y no hicieron nada por calmar la situación ni los ánimos de los participantes. Todo fue caos y desorden.
Para las 8 de la noche, por otro lado y por otras causas (o quizá por las mismas —nunca se sabe—), la salida de la USAC era imposible. Alguien (y no sería raro que fuera allegado a algún personaje poderoso con deseos de venganza) tuvo la brillante idea de enviar dos camiones y a sus respectivos trabajadores para que, a la hora de mayor afluencia vehicular en la salida de la universidad, quitaran el pavimento de una de las calles más transitadas, la que da vía al Periférico en dirección norte. A las 11 de la noche todavía estaban por salir de esta casa de estudios más de la mitad de los vehículos allí estacionados. Y eso que no hay dinero para realizar dichos trabajos, según dicen las autoridades.
Si todo esto no fuera tan surrealista y espeluznante, podríamos reírnos un poco. Pero no.
Como el resto de la sociedad, la universidad está tomada o por las mafias o por los politiqueros de turno o por los arribistas o por los que por su propia mano tratan, como siempre, de aprovecharse de una u otra forma para obtener fama, fortuna y demás a costa de lo verdaderamente importante que debe prevalecer de la USAC: la visión académica y el cumplimiento del artículo 82 de la Constitución, que la coloca como una de las instituciones que debe velar por la solución de los problemas nacionales. Estos acontecimientos no se darían si la universidad proyectara respeto a los ámbitos interno y externo.
En el ámbito interno, a pesar de todo, hay muchos (ojalá cada vez fueran más) que todavía luchan por darle prioridad a lo académico, por rescatar todo lo bueno, loable, magnífico, heroico, honesto y respetable que en el seno de la USAC ha surgido a lo largo de sus más de 300 años de vida.
Lo triste y lamentable es que por ahora, así como se ve, la tarea de rescate de la USAC es una labor titánica, casi imposible. Esta no es más que el reflejo del país entero, que al parecer se hunde con todo y sus instituciones de manera irremediable.
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