Hasta hace unas pocas semanas era impensable que una de las figuras más poderosas del presente gobierno no terminara el período para el que había sido electa. Sin embargo, la caída de una estructura de corrupción en el corazón de la administración a través de los oficios de la Cicig, encabezada por Iván Velásquez, hizo que el repudio existente diera paso a la acción colectiva y sacudiera a sectores importantes de la sociedad guatemalteca del letargo, del miedo y de la apatía.
La normalidad del mediodía del 16 de abril
¿Cuál era la situación del país hasta el mediodía del 16 de abril? Era la de todos los días. Lo cotidiano. Lo normal. Lo que siempre sucede. Todo a lo que estábamos, parece, acostumbrados.
Trece muertos en promedio, la mayoría por arma de fuego. Y por supuesto, los asaltos en el transporte colectivo y en las calles a peatones y conductores, así como a turistas. Extorsiones en colonias populares, a comercios y a buses. Violaciones a mujeres y niñas. Crímenes atroces de los que ya nadie se acuerda porque se repiten todos los días y no hay forma de juzgar.
Policías capturados cada semana por participar en el crimen organizado. Un Sistema Penitenciario controlado por mafias. Verdaderos call centers de extorsiones que, por razones que nadie entiende, no pueden ser detenidos. Jueces y abogados que comercian con la justicia, que dejan impunes a quienes pueden pagar lo suficiente o tienen los conectes necesarios.
Hospitales a los que les falta de todo: medicamentos, comida, espacios. Con bebés recién nacidos puestos en cajitas de cartón porque ya no hay incubadoras en la sección de neonatología. Pacientes del IGSS que tienen citas para dentro de un año o que no reciben una adecuada atención renal y están en peligro de muerte.
Carreteras que a las primeras lluvias se deshacen, se llenan de hoyos y cuya deficiente reparación, claro, se paga todos los años. Allí está el negocio. Las obras y los caminos que recién se están haciendo, a pocos meses de las elecciones, y que ya van siendo inaugurados (y cobrados) tres veces.
Persecución de líderes y dirigentes de organizaciones. Irrespeto a las consultas populares que repudian a las mineras y otras actividades por el daño al medio ambiente y los desequilibrios sociales que originan. Porciones del territorio controladas por el narcotráfico y otros poderes fácticos.
Miles de trabajadores subempleados o desempleados malviviendo. Con salarios mínimos que no pagan la canasta básica. Campesinos empobrecidos de distintas regiones del país que comparten tres preocupaciones diarias: el desayuno, el almuerzo y la cena.
Es decir, la situación de todos los días: la más mediana y acostumbrada normalidad del país.
Solo que ese día hubo una pequeña diferencia: se hizo público algo que era sabido por muchos.
En las aduanas, empleados, funcionarios y empresarios estafaban y robaban millones. En ese cenagal corrupto estaba implicado, incluso, el secretario de la vicepresidenta.
Algo dejó de parecer normal.
La ruptura posterior al mediodía del 16 de abril
Esa normalidad a la que estamos acostumbrados empieza a resquebrajarse a partir de la caída de la estructura criminal que operaba en la SAT y en las aduanas.
Claro, ya había signos del deterioro del Gobierno. Los políticos venían haciendo puntos desde hacía mucho tiempo. La negativa inicial de Otto Pérez Molina a que continuara la Cicig no fue políticamente una jugada inteligente (aunque tal vez necesaria, dados los intereses mafiosos de muchas personas). Varios actores, incluyendo el Gobierno estadounidense, los empresarios y los sectores sociales, terminaron forzándole la mano al mandatario, quien, pese a declaraciones posteriores, no pudo revertir el poco juicio político que evidenció en este asunto.
Pero el terreno estaba preparándose por los escándalos que día a día iban conociéndose y que venían dándose en todos los sectores de la administración pública: desde las municipalidades hasta las diversos aparatos de los tres organismos del Estado. Parece no existir institución inmune a la corrupción y a la impunidad que necesita para funcionar. Todo esto fue generando una sensación de cansancio y hartazgo que fue concentrándose en la figura de la vicepresidenta. Declaraciones torpes fueron haciendo que el encono se vertiera sobre ella. Y finalmente, la gota que rebalsó el vaso.
El coctel estaba preparado.
La indignación dio paso a la protesta y a las manifestaciones.
La campaña que no está arrancando
La suspensión de la normalidad nos salvó, incluso, del aburrido inicio de la campaña electoral, que normalmente ya habría saturado el ambiente con cancioncitas y eslóganes pendejos.
La campaña política para las elecciones de 2015, que empezó el día posterior a la asunción al poder de Otto Pérez y Roxana Baldetti, tuvo un freno y, como carro con el estárter arruinado, no parece volver a arrancar. El inoportuno, deslucido y acarreado inicio de campaña de Manuel Baldizón es una muestra de este tiempo de suspenso. La indignación crece, además, porque la mayoría de los políticos que participan en esta situación mantienen un silencio cómplice o intentan arrogarse la responsabilidad de la renuncia de la vicepresidenta.
Aunque esta campaña se anunciaba como otra elección del menos peor, si no por un más extenso llamado al voto nulo o a la abstención, puede transformarse en un rechazo directo y franco de las opciones existentes.
De nuevo, no es de extrañar que la mayoría de los políticos y de los candidatos guarden silencio o pidan la calma, siendo el más conspicuo el que más ha gastado.
Control de daños y las posibilidades inciertas
Édgar Gutiérrez fue uno de los primeros en llamar la atención sobre el significado que tuvo el gesto del Cacif de sumarse a la exigencia de renuncia de la vicepresidenta: control de daños. Aunque no es posible saber exactamente qué se ha negociado entre los diversos actores que se encuentran en este juego, es posible considerar que la renuncia de la vicepresidenta Baldetti ha tenido esa intención: tratar de que la institucionalidad sufra lo menos posible, calmar los ánimos de una clase media que en estos momentos ha olvidado el miedo y la comodidad.
El problema es que quizá sea tarde para controlar del todo las exigencias populares. Existe un ánimo soliviantado que no se conforma con la renuncia de Baldetti. Los manifestantes lo coreaban claro y enérgicamente. Después de la renuncia de la odiada figura, los manifestantes gritaban entusiastas: «Ya se fue Baldetti. Ahora toca Otto».
Esto es muy importante. Los sectores sociales que están participando y acompañando la protesta se dieron cuenta de algo que no se veía en el horizonte: de que la impunidad de los poderosos no es eterna ni inmutable. Por un momento es posible creer que las cosas cambien significativamente.
Se escucha en conversaciones de sobremesa y se hace evidente en los mensajes de las redes sociales: la salida de Baldetti no es el fin de las protestas. Si bien hay cierto escepticismo y muchas dudas sobre por qué se están dando así las cosas, rápida y sorpresivamente, también se está experimentando otro talante: la sensación de que ocurrió algo debido a la capacidad de agencia de los sectores que protestaron. Y de que pueden hacer otras cosas. Es esperanza y cierta voluntad de hacer cambios.
Esta es una de las virtudes de la protesta y de la participación: hay un encuentro, se reconocen rostros y se sabe que todos queremos lo mismo. Por ello es que resulta importante ir a manifestar: porque hay un ánimo contagioso y porque la autoestima individual y la colectiva aumentan significativamente.
Independientemente de que la salida de la vicepresidenta haya obedecido más a un intento de las élites políticas y económicas (con el apoyo de la Embajada) de apaciguar los ánimos, muchos están leyendo la renuncia como una victoria popular. Es, entonces, el inicio de un darse cuenta: la política no está con los partidos ni con los políticos. No está exclusivamente en las elecciones ni en las instituciones del Estado.
La política también se encuentra en las calles, y, como debe recordarse, el poder reside en el pueblo que lo ejerce. No en la abstracción del discurso jurídico, sino en la acción colectiva. En el poder ejercido.
Esto ya está preocupando a las élites y a los políticos. Las declaraciones de varios de ellos así lo dejan ver.
Además, hay dos factores adicionales que les provocan desasosiego a los sectores que gobiernan el país (políticos y empresarios): los ánimos se mantienen caldeados y existe la posibilidad de la confluencia de protestas simbolizadas por los manifestantes del 25 de abril, por los del 1 de mayo y por los 48 cantones de Totonicapán.
Es decir, por el hecho de que las capas medias puedan conectar con sectores organizados y pueblos indígenas, lo cual les daría una poderosa fuerza a las manifestaciones.
El otro factor es que el programa de las protestas se extienda, profundice y radicalice. Al momento, si la figura de la vicepresidenta acaparaba toda la atención, después de su renuncia empezaron a escucharse consignas distintas como: «No le toca a Baldizón». Pero también se están expresando muchas otras demandas. Una significativa: los estudiantes sancarlistas están exigiendo que se investigue a las mafias que en este momento ocupan una corrupta AEU.
Lo que puede estar simbolizando esta creatividad callejera es el repudio general a la clase política y a aquellas instituciones en las que ha medrado. A los políticos que se encuentran gobernando en este momento y a la que se podría encontrar después de las elecciones. Puede llegar a extenderse y pedirse una reforma política importante, que no es, por supuesto, la que ya están queriendo preparar sectores conservadores y los políticos.
Es, entonces, la oportunidad de reformas que verdaderamente democraticen y saneen las condiciones del juego político.
Por supuesto que esto es tan solo una oportunidad. No es seguro que se produzca. Se necesita construirla, primeramente con la asistencia a las manifestaciones y con apoyo a otras acciones que puedan realizarse. Proponiendo algún rumbo. Haciendo algo que hace tiempo vienen haciendo otros sectores: organizarse y participar.
Es una pequeña posibilidad. Puede frustrarse. Los poderosos pueden tratar de robarla, como ya han hecho en otros momentos históricos y como ya están haciendo.
Pero es maravillosa y no deberíamos perderla.
Nota. Las ideas aquí expresadas tienen la deuda de conversaciones con diferentes personas, incluso al calor de las protestas. Para no ser totalmente ingrato expreso la deuda que tengo con algunas de ellas: Édgar, Byron, Gustavo, Luis Mario y Dina.
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