Hace casi un año escribí sobre cómo me buscó un padre de familia angustiado porque su hijo, Juan, había sido víctima de golpes de parte del docente de su comunidad. El proceso legal al que nos enfrentamos no procedió del todo, pero llegamos a un acuerdo en el que se suponía que el abusador sería retirado de la comunidad. La ausencia de canales efectivos de denuncia dio como resultado la falta de justicia y problemas de convivencia entre los comunitarios y esta familia por buscar apoyo legal.
Usted verá: ese maestro es el único que había tolerado las durezas de trasladarse a un lugar inaccesible. Había sido el primero, desde hacía 13 años, en no desertar. Por eso, cual síndrome de Estocolmo, los comunitarios y sus líderes, quienes además fueron educados por él, lo aprecian mucho y le agradecen que «por su bien los haya corregido con vara, como dice la Biblia».
Don Jesús, el padre del niño agredido, y su familia enfrentaron hostilidad de parte de la comunidad entera. Algunos comunitarios amenazaron con cortarle el cabello a la hermana de Juan por haber ido a alertar al padre del abuso del docente. Por esta razón gestionamos becas para que ella y su hermanita se vinieran a estudiar a la cabecera municipal. Optamos por un colegio privado para poder contar con apoyo personalizado en la nivelación del conocimiento, dadas las deficiencias que sabemos que tiene la educación pública. Las chicas estaban adaptándose muy bien cuando vino la crisis.
Al resto de la familia los apoyamos con nuestro programa de nutrición. Una vez al mes venían a traer una dotación de alimentos fortificados y aprovechábamos para pesarlos y tallarlos para rendir cuentas de su desarrollo a nuestros donantes. Su casa se convirtió en una especie de comedor comunitario. A la hora del almuerzo, los niños vecinos llegaban, casualmente, con un plato escondido entre la ropa. Decidimos entonces extender el programa a siete familias que viven en una inhóspita región de la sierra de las Minas.
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Cuando se adoptaron las primeras medidas de contención, estas familias dejaron de venir por alimentos. Esto nos tenía muy preocupados. No queríamos perder el avance obtenido, por ejemplo, con Verónica, la hija de don Jesús, que a sus dos años había pasado de pesar 14 libras a pesar 26. También queríamos llevar las guías de estudio de las nenas y explicarles cómo resolverlas, ya que sus papás no pueden leer. Una amiga está participando en un desafío de un proyecto de nutrición y quería ir a evaluar la viabilidad del lugar para su propuesta. Llevamos, además, mascarillas para todos y enciclopedias.
Con apoyo de un vehículo proporcionado por la Municipalidad, el jueves pasado nos fuimos muy felices a llevar todas estas oportunidades a la comunidad El Pacayal.
Estrenamos un camino peñascoso y empinado que traía a algunos de nosotros rezando. Nos contaron que, después de múltiples solicitudes a diferentes corporaciones municipales, los comunitarios tuvieron que abrir el camino a fuerza de brazo y piocha. Luego, juntaron dinero para poner maquinaria, por lo que el acceso era una carretera privada.
Cuando veníamos de vuelta, encontramos piedras y un vehículo atravesado en una bajada a manera de cerrarnos el paso. No teníamos señal de teléfono ni Internet. Se acercaron algunos comunitarios sumamente molestos. Vociferaron preguntando la razón por la que un vehículo oficial ultrajaba su territorio. Me disculpé por desconocer su situación, tan injusta para ellos, y agradecí haber recibido formación para manejo de conflictos. Comprendí auténticamente los válidos motivos por los que no quieren saber nada de las autoridades. Me sermonearon. Nos dieron paso y nos marchamos, no sin antes negociar llevarles una biblioteca comunitaria para apoyo de sus estudiantes.
Al volver, lloré toda la tarde. Lloré por haber llevado a esas madres a enfrentar seis horas de travesía escabrosa para luego venir a traer un trozo de pan para sus hijos, todo por obtener los verificadores de la entrega.
Solo ellos (y miles de comunidades más) saben la injusticia que han sufrido durante siglos por el abandono del Estado.
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