En esta necrópolis, mal llamada Ciudad Provida de Iberoamérica, la muerte prematura sigue ocurriendo. Y son muertes silenciosas e invisibles.
Invisibles y silenciosas por nuestra aceptación, porque no están ocultos sino ostentosamente visibles. Sus fotos se pueden encontrar en las portadas de los medios, pero también en cada semáforo. Aquí debe decirse lo obvio: es, por supuesto, algo estructural y sistémico. Por lo tanto, no solo esa situación perdura desde hace siglos, sino que se reproducirá por mucho tiempo más si algo no cambia radicalmente.
Pensemos, por ejemplo, en la rampante desnutrición crónica que sufren los niños guatemaltecos. Las cifras son horrendas, pero aquí no contamos, ni hacemos las cuentas) y el silencio y ausencia de acciones de todo nuestro aparato estatal, que incluso reduce el presupuesto y aumentan las muertes.[1] O, si quieren hablar de desaparecidos y unir lazos con estructuras criminales: en los últimos 10 años son más de 60,000 niños los que han desaparecido[2] (insisto, no es cuestión de sacar cuentas, solo sus cuentos). Y así seguirá a no ser que practiquemos una democracia y una justicia distintas. Una que no permita esas muertes prematuras, que vienen antes de tiempo porque podrían haberse evitado y sin embargo se adelantan y adelantarán porque el Estado deja morir a su población. Todo ello ocurre mientras afirma «proteger la vida desde su concepción hasta la muerte natural» y proclama su ciudad como la Ciudad Provida. ¿Es posible hablar aquí, en medio de tanto cinismo e hipocresía, de responsabilidad y justicia?
¿Por qué estas muertes silenciosas, a pesar de sus números que no debieran considerarse porque sería entrar en una lógica perversa, no generan suficiente indignación? Hay una lógica racial operando, como señaló Foucault, sumada a la de clase que no se puede obviar ni distinguir del todo. Se trata de una lógica de la diferenciación como excedente, la diferencia que lleva a la exclusión, la diferencia como extrañamiento, lógica que desemboca en anulación. Tampoco puedo dejar pasar el halo productivo del discurso, uno que calma la conciencia de clase, tal y como Piketty lo planteó en Capital e Ideología, y permite a las almas temerosas de Dios, que son mayoría según los números que no importan, continuar una vida con cierta normalidad, pronunciar la palabra bien y mal como si se estuviese dando la hora, afirmar que se vive en una democracia y pedir justicia como si nada de lo anterior ocurriera, como si las muertes prematuras y cotidianas, producida por una ausencia deliberada, no fueran con ellos. Y es que no lo son, son los otros.
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Toda esta economía de la muerte se produce sin interrumpir los relojes de la Capital Provida. Además, está informada y blindada con discursos teológicos de valores, vida, naturaleza, que ayudan a pillar el sueño. Es un discurso informado por una concepción cristiana del valor de la vida que parece operar como un encubrimiento de monumentos fúnebres que estaban a la vista, de vidas abortadas o por abortarse, vidas no vividas, de muertes prematuras. Y resalto el discurso religioso que hace sostenible la contradicción de las políticas de vida que llevan a la muerte porque detrás también está el fantasma de Ríos Montt cuando en los años del genocidio daba discursos sobre una nueva Guatemala, por supuesto ladina y cristiana, embadurnada de una visión neopentecostal en donde la biblia y el fusil se alternaban, una guerra santa en contra del comunista y del indio en donde se entrecruzaba el objetivo de acabar con la guerrilla con la transformación de una Guatemala con el compás de una teología del salvador con fusil.
La teología vuelve a la política sin nunca haberse ido. Zury Ríos, una de las herederas del genocidio, escupe la palabra dios, y son tantos otros que escupen sus valores cristianos en medio de una economía de muerte y abandono. El discurso cristiano, hasta ahora, se ha utilizado como producción de diferencias que se traducen en anormalidades, vidas viciosas, degeneradas, vidas no naturales. Un desorden que debe ser ordenado. Y hasta que no rompamos con ese discurso, que con variaciones viene informando desde la conquista, no lograremos un espacio que sea acogedor a la diferencia.
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