A pesar de las sonrisas fuera de lugar que regalaba a diestra y siniestra, el irresponsable aprendiz de gobernante seguramente no leyó ni leerá ese elaborado documento ni el Acuerdo de París, del cual acaba de retirar a su país. Igual de superficial que la nota que dejó en el libro de visitantes distinguidos del papa será su comprensión de los retos y escenarios que representan para la humanidad la falta de cooperación internacional, especialmente entre los principales países emisores de gases que contribuyen al calentamiento global.
Lo anterior es una bofetada no solo para el Vaticano, sino para el resto de las naciones comprometidas en la desaceleración del calentamiento global. Con ello, además, Estados Unidos (el segundo mayor contaminante ambiental en el mundo) se aísla y cede a China en bandeja de plata su liderazgo en el tema de la mitigación del cambio climático y de las tecnologías de energía renovables. Mientras Moscú y Washington arreglan sus diferencias, el gigante asiático obtiene cada vez mayor cancha para continuar dominando la escena internacional, y no solo en este tema.
Y es que los asesores del presidente estarán más ocupados por el momento en otros líos legales que bien podrían amenazar que este continúe en la presidencia. O a lo mejor es uno de sus caprichos y promesas de campaña que lo hacen lucir bien con algunas de sus bases, que ilusoriamente creen que volver a una economía de extracción de combustibles fósiles les garantizará trabajo y mejores posibilidades de alcanzar la ansiada clase media, que, según ellos, tantas regulaciones, los tratados de libre comercio y los inmigrantes les impiden lograr.
La cuestión es que retirarse del Acuerdo de París, al igual que tratar de cambiar la política federal de salud (o gobernar al final de cuentas), es, como el mismo presidente diría, mucho más complicado de lo que parece. Por un lado, según los términos del tratado, se tendría que esperar hasta 2020, con un nuevo presidente, para que el país se retire formalmente de lo acordado en el pacto. Y es posible que, como en tantos otros temas de política doméstica (v. gr.: la restricción de refugiados musulmanes o la misma reforma sanitaria), tanto la presión local como la internacional influyan para que esta administración se retracte de su cometido poco popular, incluso entre sectores conservadores.
El presidente argumenta que en Pensilvania (uno de los estados bastiones de su victoria electoral) la actividad minera está reestableciéndose, pero, en realidad, lo que está resurgiendo debido a cambios en el mercado internacional es una actividad minera con fines metalúrgicos. Según reportes, la producción de carbón como fuente de energía eléctrica ha declinado en los últimos cinco años: según la oficina de estadísticas laborales, la cantidad de obreros mineros ha descendido de 90 000 a 50 000, mientras que el número de mineras cayó de 1 831 a 1 159 entre 2006 y 2016, de acuerdo con datos de la Administración de Información de Energía.
Además, basta con echar un vistazo a los resultados conseguidos en algunos gobiernos locales. Desde 2005, más de 1 200 alcaldes estadounidenses han firmado el Acuerdo de Protección Climática de la Conferencia de Alcaldes, en el que tanto demócratas como republicanos se comprometieron a reducir emisiones de carbón en sus ciudades. Este foro les ha permitido a muchos líderes locales innovar con energías alternativas, empleos y ciudades ecológicas.
Como dicen, la política es local, pero el planeta es nuestra casa común. El aislamiento y la falta de liderazgo en el tema ambiental convertirán la administración trumpiana en un paria internacional producto de una afrenta sin necesidad, más que la de calmar temporalmente el apetito voraz de sus huestes electoreras.
Más de este autor