Hace dos semanas reflexionaba sobre la importancia de la contienda política por el control del Congreso. Analizaba las opciones conocidas entonces y cómo el asunto parecía un laberinto ajeno al ciudadano de a pie. Cuestionaba si hemos madurado políticamente lo suficiente como para interesarnos y poner atención a temas como la lucha por el control del Congreso de la República.
Identifiqué tres escenarios: la reelección de Mario Taracena; la continuidad del control de la UNE, pero ya no con Taracena en la presidencia; y un acuerdo entre la UNE y el FCN-Nación para mantener a Taracena, pero permitiendo la incorporación a la Junta Directiva del Congreso de los gánsteres del círculo de allegados al presidente Jimmy Morales. Sin embargo, se registró un giro importante en los acontecimientos: la negociación entre la UNE y el FCN-Nación fracasó y no se produjo acuerdo, ya que en la misma casa presidencial se reunieron los gánsteres, quienes decidieron permanecer en la retaguardia y buscar un rostro decente que compitiera con Taracena. Allí surge la figura de Oliverio García Rodas, un lobo viejo, respetado, muy hábil y conocedor del arte de transitar en los laberintos del Congreso. Pero también cuestionado.
Al principio, la contraofensiva del FCN-Nación parecía dar resultados: Taracena perdió rápidamente los votos que necesitaba para reelegirse y el Congreso parecía listo para votar y elegir a García Rodas y a su planilla de exmilitares mafiosos. Sin embargo, una planilla de impresentables encabezada por el experimentado (pero también cuestionado) García Rodas empezó a ser el blanco de una ola de críticas y enojo ciudadano.
Los más paranoicos y aficionados a la teoría de la conspiración empezaron a decir que esa era la planilla que debía ganar, puesto que así era más fácil tenerla a la vista y en la mira para empezar el proceso de depuración del Congreso: Oliverio García Rodas parecía estar siendo lanzado por el mismo Jimmy Morales para presidir el Congreso que hay que depurar en 2017, a la cabeza de una Junta Directiva de mafiosos que irían cayendo uno por uno. En 2015 y 2016 se habría avanzado en la depuración de los organismos Ejecutivo y Judicial para que con la planilla de Jimmy Morales y García Rodas, del FCN-Nación, se procediera a la depuración del Legislativo en 2017.
El hecho es que ni la planilla de Taracena ni la de García Rodas tenían los votos, de modo que se puso el proceso en un impasse. En este punto surge una tercera opción: integrar una planilla con pluralidad partidaria, encabezada por la diputada Nineth Montenegro. Rápidamente la UNE vio con buenos ojos la posibilidad: Orlando Blanco, jefe de bancada, indicaba que podrían renunciar a la presidencia toda vez que se evite el pacto de impunidad que implicaría que a la Junta Directiva lleguen los gánsteres de Jimmy.
La evolución de este proceso no ha pasado desapercibida para la embajada más poderosa en Guatemala: el embajador Todd Robinson ha insistido en que no intervienen, pero asegura que el proceso les interesa mucho y declaró que buscará reunirse con los tres candidatos y que se respetará la decisión de los diputados. O sea, al entendido, por señas.
Pero vuelvo a mi conclusión de hace dos semanas: el proceso tiene en alerta a la clase política. También a la embajada estadounidense y, estoy seguro, al resto de la comunidad internacional. ¿Y nosotros, la ciudadanía guatemalteca?
¿Nos da igual una interferencia de poderes descarada por parte de Jimmy Morales, el riesgo de volver a ver mafiosos controlando la agenda legislativa y la fiscalización del Ejecutivo?
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