Desde que tenía nueve, Krisna comenzó a leer mucho. Su personalidad dedicada y vivaz la hizo sobresalir entre otros niños y otras niñas promedio de nuestra comunidad que venían a la biblioteca. Nuestra cultura (q’eqchi’) y la cultura nacional, que minimizan la participación de los niños o en todo caso la mantienen relegada o sujeta a la opinión de los adultos —adultocentrismo—, hacen que la mayoría de los niños se abstengan de participar en actividades incluso cotidianas.
Un día, la mejor amiga de Krisna tuvo que irse a vivir a una comunidad rural. Ella se entristeció al pensar en cómo su mejor amiga iba a recibir educación de menor calidad, pues frecuentemente escuchaba a sus maestros criticar a los niños que venían trasladados de comunidades rurales a la escuela del pueblo. Un día, estando en casa, su mamá la envió a ordenar sus libros y le sugirió que, si ya los había leído, los regalara.
«Entonces fue cuando yo pensé que yo podía apoyar a mis amigos que estudian en la comunidad de Monjas, Panimaquito, a través de la lectura. Estoy segura de que leer los puede preparar integralmente para cuando puedan regresar de las comunidades a estudiar al pueblo o tengan que trabajar», mencionó.
Con esta motivación, Krisna se acercó a su abuelo para plantearle la idea y solicitarle apoyo en el emprendimiento. Ella tiene de dónde heredar el carácter emprendedor: don Domingo inició años atrás las gestiones para fundar y traer educación a esa misma aldea. Como era de esperar, él la respaldó. Krisna me presentó por escrito una propuesta de proyecto para su pequeña gran biblioteca comunitaria: Estrella, Nuevo Amanecer. Me la presentó sin titubeos, muy segura de lo que necesitaba:
«Quiero pedir el respaldo de la biblioteca Bernardo Lemus para gestionar 100 libros, para empezar».
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Como cercana colaboradora de la biblioteca a la que ella asiste diariamente, sabe qué necesidades deben cubrirse con prioridad y conoce el material necesario y el procedimiento para prestar el servicio. Pero sobre todo sabe lo importante que es cumplir siempre, sin excusa ni pretexto, cada cosa que se ofrece a un niño que no tiene nada. Organizamos entonces la gestión: a través de redes sociales comenzó el movimiento, y en cuestión de 15 días estábamos todos listos para el feliz acto de inauguración, un suceso sin precedentes en la aldea.
Desde Estados Unidos y Guatemala enviaron cinco piñatas con sus dulces, refacción para 100 niños, libros, juegos, y hasta diseñaron un logotipo y enviaron un sello y separadores para «lanzar la biblioteca como Dios manda». Viajaría desde la capital una caravana de voluntarios que no querían perderse tal celebración. Se hicieron reservaciones en hoteles. Los niños y las niñas de la biblioteca elaboraron una decoración especial. Doña Clementina, su abuelita, viajó al mercado de Tactic con mucho esfuerzo, aunque muy contenta, donde compró los ingredientes para preparar un delicioso caldo de gallina para atenderlos. Y lo más importante: Krisna invitó a todos los niños de la comarca que esperaban el evento con ansias.
Pero la noticia del estado de sitio nos cayó como baño de agua helada, sobre todo porque las fuerzas armadas, cual toque de queda, se han esforzado en intimidar a la población y a los comerciantes para que nadie salga de casa desde horas de la tarde. A algunos se nos advierte de cuidarnos de no hablar de más.
¿Cómo les explicamos a los niños y a las niñas que Krisna no les mintió? Una difícil manera de iniciar una de las pocas bibliotecas del país en disposición de prestar libros.
Algunos adultos tenemos claro lo que sucede en el país. Sabemos que en nuestro pueblo no existe trasiego de polvo blanco, mas sí una hidroeléctrica protegida por uniformados pagados con nuestros impuestos. Pero mejor hasta acá me quedo. No vaya a ser que me exceda y hable de más.
Así las cosas en el mes en que celebramos la libertad.
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