Sales entonces al mundo del arte. Te unes a otros ilusos como tú y forman un grupo de teatro, una orquesta, una banda, un círculo de escritores. Trabajas durante el día en algo que no te gusta. A veces ganas lo mínimo necesario para sobrevivir. De pronto, tú y tu grupo deciden montar un espectáculo.
Como eres de clase media o baja, no tienes ayuda de tu familia. Esta más bien te ve como el raro o la rara de la familia, el que nunca llegará a nada, la que está perdiendo el tiempo en lugar de dedicarse a algo provechoso, como trabajar de secretaria en un call center o de dependiente en un almacén de prestigio.
Pero no. Tú optaste por el arte. Encima de todo, no buscaste lo seguro: si eres músico talentoso y tocas algún instrumento tradicional, no quieres o no puedes estar en la sinfónica (es que en el país solo hay una y sus integrantes no se jubilan jóvenes); si eres actor, no quieres estar en la televisión (como si hubiera para elegir), ni siquiera en la radio; si eres cantante, tu mejor opción es ganar un concurso en el cual la gente te abuchea porque no cantas rancheras y no entiende que eres soprano o barítono.
Encima, tú optaste por lo alternativo.
Es decir, no solo te dedicaste al arte en cualquiera de sus manifestaciones, que ya de por sí es un camino infructuoso, sino además, en una especie de suicidio tipo kamikaze, te lanzaste a lo alterno.
¿Qué es lo alternativo?, se preguntarán acaso algunos. Que les pregunten a mis padres, dirás tú, a quienes todos los días escuchas diciéndote que dejes de perder el tiempo, que trabajes en algo serio, que además ganes dinero y que te conviertas en el proveedor del que se espera que cumpla con la función social que le corresponde. Y tú ahí haciendo oídos sordos a ese papel que testarudamente te niegas a representar aunque todo te empuje a ello.
En eso encuentras a otros como tú. El día que compartiste con uno, con dos, con tres, y empezaron a hablar de sus deseos y de sus sueños de aportar algo diferente al país que los excluye (pero que, pese a todo —o quizá por eso mismo—, aman tanto), ese día que se emocionaron y no durmieron dándole vueltas al mundo para crear un plan, algo diferente para plasmar sus deseos y aspiraciones, ese día o esa noche fue un antes y un después.
Empezaron sin nada material, solo con su entusiasmo y su vocación, con sus deseos de expresar su arte y de compartirlo con otros, aunque sea con unos pocos. Sentir que allí del otro lado del escenario está el público, sin importar que sea uno o una multitud, pero que haya un interlocutor: con eso es suficiente.
Y se inicia esta nueva etapa. Se inician los ensayos y se comienza con los preparativos, con buscar un lugar donde presentarse, con la única consigna de hacer las cosas bien y de mostrar que en Guatemala, a pesar de los pesares, contra viento y marea, lluvia y deslaves, terremotos y vientos fuertes, hay personas, hay artistas que están dispuestos a darlo todo, a arriesgar lo poco material que tienen, en aras de mostrar lo que tanto han trabajado.
Y así, una vez al mes, cada dos meses o una vez al año (de nuevo no importa), se presentan y cobran una cuota mínima que no alcanza ni para pagar el local. De pronto, ¡zas!, el ministerio de cultura (con minúsculas a propósito) cancela el espectáculo porque, según dice, no han pagado los impuestos por producir arte.
Entonces te quedas con el sabor amargo en la boca seca, con los ojos llorosos, las manos sudorosas, los pies fríos, el alma en un hilo, la rabia en la garganta y el dolor en el pecho, porque lo que tú haces, lo que hacen ustedes, no es un arte comercial, con el cual puedan ganar millones, que deje para pagar impuestos y llenar los bolsillos sin fondo de funcionarios corruptos, de embotelladoras y de otros que no pagan impuestos, o muy pocos (paradojas de la vida), y que traen artistas foráneos no siempre de buena calidad. Eres solo tú y tu grupo, un puñado de soñadores que se quedan sin lo mínimo para sobrevivir con tal de montar un espectáculo en un país que no les da nada y les quiere quitar hasta los sueños.
Pero es que no quieres entenderlo porque te resistes a creerlo. No es posible (si lo cuentas en el extranjero, nadie te creería porque es absurdo, un sinsentido). La realidad es que a casi nadie le interesa el arte, mucho menos el que no es comercial, ese que para comprenderlo hay que esforzarse mucho. Te cuesta trabajo entender que en este país, el tuyo, existan cero alternativas para el arte alternativo.
A pesar de todo, testarudo que eres, te levantas al día siguiente diciéndote que ya sortearán las dificultades. Y tú y tu grupo empiezan a idear nuevas estrategias para que siga el espectáculo.
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