Fue una actividad con presencia del sector académico, miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado de la República y algunos invitados especiales. Dicho sea de paso, la actividad se realizó antes de que la Presidencia de Enrique Peña tuviese a bien invitar a Donald Trump. Sin embargo, no dejó de ser una actividad increíblemente útil para poder desmitificar algunos aspectos de la campaña de Trump. Rescato en esta entrega algunos aspectos de la actividad que me parecieron importantes en razón de nuestra serie de artículos sobre el proceso electoral estadounidense. Por cierto, si alguien tiene interés en leer una reseña de dicha actividad, puede encontrarla aquí.
El primer punto interesante en este debate fue reconocer que, mucho antes de que Donald Trump llegara a la palestra política, Estados Unidos había lidiado siempre con un sentimiento antiinmigrante y antimexicano. Incluso, por paradójico que parezca, mucho peor que en los años actuales del discurso de Trump. Como hemos referido en otras entregas, la emancipación de la cultura chicana es un proceso casi paralelo a la lucha por los derechos civiles de los afroestadounidenses. Tampoco es cierto que el discurso político de Trump sea la primera palestra política en los Estados Unidos modernos, donde hay un racismo más que subyacente: la fallida campaña política de Barry Goldwater en 1964 fue apoyada abiertamente por el Ku Klux Klan, pero, por suerte, el sentido común prevaleció. Estados Unidos votó por el demócrata conservador Lyndon Johnson, quien al final del día produjo la carta de derechos políticos para los ciudadanos afroestadounidenses. La cuestión del muro tampoco ha sido algo nuevo introducido por la campaña de Trump. Siempre ha estado implícito en las relaciones bilaterales México-Estados Unidos. Y, como hemos apuntado en otras entregas, de hecho ya hay pedazos de muro construidos en zonas fronterizas concretas.
Si Trump no es nada nuevo en la política estadounidense, ¿por qué entonces el impacto? Posiblemente (y esto no fue un tema del foro en mención) se deba a que hoy la política tiene un estilo reality show. Lo que sí es cierto es que el electorado de base dura que votará por Trump es uno conservador moderado, que se inclina por varios ejes: se opone al libre comercio, favorece el derecho constitucional a la portación de armas y es mayoritariamente secular. ¿Cuál es la goma que une a todas estas criaturas? El sentimiento antiinmigrante y el discurso nacionalista.
Un aspecto que el foro no concretó fue la discusión en cuanto a si el sentimiento antiinmigrante de los Trumpers es más un sentimiento de rechazo a la inmigración ilegal y menos uno a la migración per se. Suena como un argumento tentador, sobre todo para un país que considera fundamental el respeto de la ley, pero el entorno académico conservador estadounidense ya había apuntado el problema de la migración hispana. Huntington, en su poco recordado ensayo de 1994 publicado en Foreign Policy (titulado «The Hispanic Challenge»), se animó a esta discusión. Una década después de vaticinar que la amenaza para Occidente y Estados Unidos provenía de Oriente, Huntington argumentó que la mayor amenaza a la unidad de Estados Unidos provenía de su propio interior: de los hispanos, particularmente de los inmigrantes mexicanos. La siguiente frase es tomada literalmente de la traducción al español de ese artículo: «La división cultural entre hispanos y anglos podría reemplazar la división social entre negros y blancos como la más seria fractura de la sociedad estadounidense». No tenemos espacio para comentar la publicación, pero, si le interesa, aquí está.
El punto de fondo es reconocer que desde hace un buen tiempo los sectores conservadores de ambos partidos (aunque la chairada no lo crea, hay demócratas conservadores —son los famosos blue dog Democrats: conservadores en lo fiscal y en política exterior, pero demócratas al fin—) han introducido este componente. Un recelo muy fuerte con relación a los grupos migratorios, que en lugar de asimilarse construyen los enclaves tipo gueto, donde el español sigue siendo la lengua y la fidelidad a la selección mexicana es total. Como me decía un senador estadounidense: «En el proceso de asimilación, los ítalo-estadounidenses cambiaron el soccer por el beisbol. Ustedes los mexicanos construyen una nación dentro de la misma nación que los acoge».
Cierto o no, este discurso de lealtad nacional no es nada nuevo en Estados Unidos, pero la política exterior mexicana se enteró muy tarde y dejó desprotegidos a más de diez millones de connacionales. No fue sino hasta que los dichos de Trump calaron hondo cuando el Gobierno mexicano entró suavemente al ruedo. Y digo suavemente porque, como lo reconocieron los panelistas de la mesa, resulta que hoy Estados Unidos tiene una mejor imagen entre los mexicanos que la que México tiene entre los estadounidenses. México sigue un proceso de americanización política, cultural y económica, mientras que Estados Unidos ha encontrado en los mexicanos al culpable de todos sus males.
¿Tiene razón el Gobierno mexicano en protestar los dichos xenófobos de Trump, en condenar el uso peyorativo que este hace de lo mexicano y en llamar la atención sobre lo grave de la propuesta migratoria del Partido Republicano? Sí, tiene razón. Pero lo que pasa es que lo hizo muy tarde. Y además, escupiendo hacia arriba. Porque, si somos honestos, México no le puede reclamar nada a Estados Unidos ni a Trump. México tiene una política migratoria que es aún peor que la de Estados Unidos. El trato que las autoridades migratorias mexicanas (en ambas fronteras) tienen para con el migrante centroamericano es aterrador. En Estados Unidos, el paisano que es detenido es llevado a un centro de detención, atendido médicamente si es necesario y luego deportado. Si él considera que su caso es tratado injustamente, puede solicitar presentarse ante juez competente. En México, ¡qué juez ni qué ocho cuartos! Si Los Zetas no lo levantan, las mismas autoridades de migración lo extorsionan o desparecen. Nadie quiere hablar de la contención migratoria que el gobierno de EPÑ ha montado en su frontera sur y de las deportaciones que lleva a cabo.
Esto, por cierto, no se trató en el referido evento por falta de tiempo. Y digo: es que México también lleva dentro un pequeño Trump cuando se trata de su frontera sur. Pero, como me dijo un diputado de Morena (recientemente elegido en la Asamblea del D. F.), «no se los digas muy fuerte [sic]».
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