Le sigue en importancia el hábito del ahorro, pero esta lección no sustituye a la primera: se subordina a ella. Ocurre lo mismo con los países: contar con una población sana es el mejor capital que puede procurarse una nación. La salud no es solo bienestar inmediato. También es —en última instancia— la expresión viva de la solvencia más ampliamente entendida.
La buena salud no riñe, pues, con la buena economía. Al contrario: van de la mano y se refuerzan entre sí. Los estudios confirman que, pese a todos los matices, el desarrollo sigue siendo el gran abono para vidas más largas y felices.
Por tanto, al hablar de la pandemia del covid-19, haríamos mal en contraponer ambos conceptos como si de antagonistas se tratara. Porque no lo son ni en el largo plazo ni tampoco en el corto. Queda muy tacaña la conversación si la reducimos a una discusión sobre la dureza y el plazo de las medidas de distanciamiento social. Esto lo entienden tanto los buenos salubristas como los buenos economistas.
No se puede pretender volver a la normalidad mientras eso suponga condenar a millones de semejantes, como tampoco se puede ignorar que un confinamiento prolongado puede provocar toda clase de consecuencias negativas, incluso en lo sanitario. Se trata de encontrar fórmulas que permitan contener la pandemia y hacer viable, tan pronto como sea seguro, una nueva vida social.
Contrario a lo que algunos creen, el sector financiero es de los que más claro lo tiene. Mostraré, a continuación, cómo desde finales de febrero los mercados accionarios centraron su mirada precisamente en variables de salud pública e incluso superaron su preocupación por otras consideraciones más propias del campo financiero.
El 25 de febrero, Italia registró su décima víctima fatal por covid-19. Arrancaban así la pandemia con toda su fuerza en una democracia occidental plenamente integrada en la economía global y, con esta, el descalabro financiero. Los mercados hicieron una lectura correcta de estos eventos entendiéndolos —antes incluso que los Gobiernos— como un adelanto de lo que enfrentarían el resto de los países. Una pincelada gruesa muestra cómo los índices accionarios americanos siguieron desde entonces el patrón trazado por la evolución de nuevos casos en Italia.
Fuentes: Yahoo Finance y Protezione Civile.
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Un análisis más granular revela tanto más. Varios hechos puntuales en torno a estas fechas dejan ver qué tipo de medidas fueron demandadas por los inversores para restaurar la confianza en la economía. En este contexto, los mercados favorecieron decididamente las intervenciones fuertes en favor de la salud pública y las medidas fiscales orientadas a restaurar la capacidad de consumo de los hogares. Por el contrario, medidas principalmente financieras fueron recibidas con un fuerte escepticismo.
Fuentes: Yahoo Finance y Protezione Civile.
Uno de los rallies más grandes de la historia ocurrió el viernes 13 de marzo, tras la declaración de emergencia nacional por parte del presidente Trump, mediante la cual se rompió con semanas de negacionismo de la pandemia. Ese mismo fin de semana la Reserva Federal de Estados Unidos anunció sorpresivamente una serie de medidas monetarias muy agresivas, que suponían regresar a la política anticíclica de los años más duros de la crisis financiera. Estas medidas son muy proclives a aumentar el precio de los activos financieros, pero lo que siguió a este anuncio fue una de las semanas más catastróficas de la historia bursátil, en la cual el índice general renunció a un 20 % de su valor.
En cambio, la reacción fue muy favorable cuando la semana siguiente se aprobó un paquete de estímulo fiscal por dos billones de dólares que privilegia los apoyos directos a desempleados, así como ayudas a las familias, a pequeñas y medianas empresas y a sectores particularmente golpeados por la pandemia, como las aerolíneas. Es lo que se dice un rescate de Main Street.
Los tiempos que corren no son normales y han tumbado muchas prácticas y creencias enraizadas, pero algunas ideas han salido reforzadas. La interdependencia mutua de la salud y la economía es una de ellas. Otra es la idea hayekiana del conocimiento disperso y cómo este es recogido por los mecanismos de mercado. El austríaco seguramente vería con mucha satisfacción cómo Wall Street se ha convertido estos días —más rápidamente que cualquier Gobierno— en un feroz activista de la salud pública y del apoyo solidario a los hogares vulnerables.
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