Cuando escucho hablar del Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte pienso en eso, en que este país, aunque independiente y soberano —según aprendí—, es parte de una región a la que se trata de manera igual sin importar mucho las fronteras.
El actual Pan para la Prosperidad, que trae arrastrando elementos de otras políticas estadounidenses para la región como la Alianza para las Américas y luego el Plan Puebla Panamá, es una respuesta a la cantidad de migrantes que día...
Cuando escucho hablar del Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte pienso en eso, en que este país, aunque independiente y soberano —según aprendí—, es parte de una región a la que se trata de manera igual sin importar mucho las fronteras.
El actual Pan para la Prosperidad, que trae arrastrando elementos de otras políticas estadounidenses para la región como la Alianza para las Américas y luego el Plan Puebla Panamá, es una respuesta a la cantidad de migrantes que día a día dejan este país y llegan al país del norte en busca de mejores oportunidades. Los migrantes, cabe decir, son expulsados de nuestros países centroamericanos por la pobreza y por las desigualdades múltiples que se viven, pero también cada vez más por la violencia. Esta violencia tienen diferentes caras: por un lado, la que surge de las disputas de territorios y del crimen organizado, pero también es importante reconocer que la violencia común es cada vez más causa de la huida de miles de guatemaltecos.
Sin embargo, el drama de la migración centroamericana y mexicana se convierte en crisis humanitaria al develar, denunciar y hacer pública la partida de niñas y niños que se marchan solos, en un intento de reunificar sus familias. No era una problemática nueva, pero sí permitió que se propusiera con más fuerza la necesidad de controlar la migración hacia Estados Unidos. Y la forma era una serie de políticas que, entre otras cosas, permitiera (¿obligara a?) permanecer en la patria. El Plan para la Prosperidad busca apoyar el sector productivo, generar oportunidades de capital humano, apoyar en aspectos de seguridad y de acceso a la justicia y, por último, fortalecer la institucionalidad púbica en aras de que la ciudadanía confíe en ella y la legitime. De ahí también que la agenda contra la corrupción que se ha exportado por todo el continente tenga cabida en la idea de preparar un nuevo orden en la región. Aquí ha coincidido con el malestar generalizado de una ciudadanía que ha visto cómo el Estado ha hecho rica a una clase política decadente y ha mantenidos los privilegios de sectores económicos tradicionales y de otros emergentes.
No obstante, la agenda de los problemas de raíz (la pobreza, la desigualdad y la crisis de los servicios públicos) no es realmente parte del Plan para la Prosperidad. Este plan no es un conjunto de políticas de Estado —aunque muchas de ellas se recuperan en el plan de gobierno adaptado al K’atun 2032— que dé respuestas a las necesidades más sentidas de la población. Sí que cerrará fronteras, sí que invertirá en crear atractivas ofertas para la inversión y sí que limpiará la casa de políticos que no les sirven ni a ellos ni a la sociedad. Pero siempre hay algo que no encaja en estas historias que parecen muy buenas. Al no atacar el corazón de las causas de la migración, se buscará seguir migrando. Ni las fronteras controladas ni las carreteras cambiarán las relaciones desiguales en las que vivimos. A veces creo que hay riesgo de que empeoren. Sin embargo, el Plan para la Prosperidad está en la región, y esta vez para quedarse. Así que a buscar las grietas.
La cita para informarnos, reflexionar y debatir es este miércoles 25 de mayo en el Salón Oro del Camino Real. Empieza a las 8 de la mañana y durará el día entero. Invitan la URL a través del Instituto de Investigación y Proyección sobre Dinámicas Territoriales y Globales (IDGT), la UVG y la Flacso.
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