«No hubo consulta del pueblo cuando se dio el fallo. Nosotros amanecimos en otro país», dice Carlos Argueta[1] respecto al fallo de la Corte Internacional de Justicia en la disputa territorial entre El Salvador y Honduras.
Algunos segmentos de la frontera entre El Salvador y Honduras nunca estuvieron claramente definidos, y su demarcación no fue necesaria sino hasta durante julio de 1969 debido al conflicto entre ambas naciones. Sucesivos convenios y tratados culminaron en 1992 con el fallo de la Corte Internacional de Justicia, que otorgó el 66.2 % del territorio en disputa a Honduras: una extensión de territorio de 446.4 kilómetros cuadrados distribuidos en seis áreas[2], entre ella una perteneciente al departamento de Morazán. Morazán es una de las zonas donde se desarrolló con mayor crudeza el conflicto armado, época durante la cual algunas familias salvadoreñas huyeron hacia la región montañosa fronteriza con Honduras, hoy conocida como los exbolsones.
Rancho Quemado es un reasentamiento de población desplazada que quedó atrapada entre el conflicto armado, primero, y el fallo de la corte, después. Pero, a pesar de ser un poblado reciente, sus habitantes ya se sienten «olvidados, abandonados y marginados», un sentimiento que nace del engaño y el desencanto. Las historias de los pobladores son relatos de sacrificio y trabajo duro en situaciones adversas. Dejaron sus tierras y parte de su familia en Honduras para reafirmar su identidad salvadoreña. Pensaban que así tendrían acceso a las bondades de ambos países: tierra fértil de montaña en Honduras y buena prestación de servicios básicos en El Salvador. Pero, desafortunadamente, 20 años después permanecen en la incertidumbre jurídica, atrapados en un problema fronterizo transnacional, en un territorio con pobre calidad de suelo para la agricultura y sin otras fuentes de empleo.
«Aquí no se pega ni el monte», asegura una vecina, pues la tierra es arenosa y el viento norte sopla con fuerza. Las sequías suman dificultades a la seguridad alimentaria, ya que han obligado a la población a comprar maíz con los magros jornales que obtienen trabajando en fincas a una hora de distancia. Los ingresos adicionales por venta y corte de café de las parcelas que tienen en Honduras también han disminuido debido a la roya. La falta de certeza jurídica afecta no solo la titulación de tierras, sino también la posibilidad de asistencia financiera. El entresijo legal igualmente dificulta el registro de nacimiento de niños con derecho a doble nacionalidad.
Así, aún con título de bachiller, los jóvenes ven como únicas opciones trabajar como mozos agrícolas, exponerse al tráfico ilegal de madera o migrar al Norte.
La única solución aquí es que nuestros muchachos emigren. Esa es una de las problemáticas que tenemos aquí: que la mayoría de jóvenes se van a Estados Unidos. A algunos los matan. Otros vienen pedaciados. Algotros se pierden. No se sabe dónde están, entonces. Pero eso es gracias a la idea de superación. Por eso la gente quiere emigrar.
Vecino de Rancho Quemado
A pesar del costo que significa el pago del coyote y las dificultades y los riesgos del viaje, la idea de superación empuja a jóvenes, hombres y mujeres, a migrar. Los resultados saltan a la vista: en medio de casas abandonadas y a medio construir se encuentran casas de bloque de dos niveles, así como tiendas con congeladores y enormes televisores. En un contexto con limitadas fuentes de empleo, las remesas explican la desigualdad social.
Es que yo pienso que así debería ser. Porque, con una ayudita de allá y uno que la empieza a trabajar aquí, entonces se ve la prosperidad.
Madre de familia de Rancho Quemado
Alejadas de los centros de poder bajo sistemas de gobiernos centralizados, las poblaciones fronterizas afrontan múltiples dificultades que deben ser abordadas de manera integral y conjunta entre los países involucrados, pues los límites fronterizos son líneas imaginarias que delimitan territorios, pero no limitan la identidad cultural ni las relaciones familiares, y mucho menos los sueños y las esperanzas de un mejor futuro.
[1] Hompanera, Y. (2015). «Así se vive y muere en un exbolsón». En El Faro. Disponible aquí [recuperado el 14 de enero de 2016].
[2] Bello Suazo, G. y Cabrera Rajo, S. (2005). «El problema fronterizo entre Honduras y El Salvador». En Bovin, P. (dir.). Las fronteras del Istmo: fronteras y sociedades entre el sur de México y América Central. México: Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos y Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas). Págs. 193-199.
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