Iluso yo, asistía a los cursos pensando que mis maestros me darían en poco tiempo esas llaves de la sabiduría. En los inicios de mis estudios filosóficos asistía a la jornada matutina que recién abría el Departamento de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la USAC. Éramos pocos estudiantes. Además, se servían pocos cursos y había pocos profesores disponibles para esa jornada. Esto me obligó a que no siguiera el orden de los estudios como aquellos que asistían a la jornada vespertina. Así, en el segundo semestre de mi primer año universitario se me asignó el curso de ética, del cual resulté ser el único estudiante. Entusiasta y, digamos, con mucha seguridad de mis aptitudes comprensivas, se me indicó que debía leer la Crítica de la razón práctica, de Immanuel Kant, para que posteriormente me introdujera en la ética de los valores de Max Scheler. Cual explorador que inicia su caminar en tierras desconocidas —esa imagen tenía de mí mismo— inicié la lectura. Horas y horas, días y días, y nada. No entendí nada. Esto me hizo saber cuán limitada era mi capacidad de siquiera entender la secuencia argumentativa de un texto de tal magnitud. Llego con mi profesor y le pregunto cómo hago para entender la Crítica de la razón práctica, y él me responde: «Ve y lee la obra que le antecede, la Crítica de la razón pura». Es allí donde empieza mi preocupación, que aún me agobia, de qué es eso que llamamos conocimiento.
Kant nació el 22 de abril de 1724 en Könisgsberg, ciudad donde pasó toda su vida, que se hallaba en aquel entonces en Prusia y que hoy, con el nombre de Kaliningrado, es un territorio ruso entre Polonia y Lituania. Para conmemorar su nacimiento quisiera hablarles algo de su obra. No de esa voluminosa Crítica de la razón pura —un aburrimiento total—, sino de un artículo que publicó en 1784, cuando tenía 60 años: ¿Qué es la ilustración?
Kant responde a esta pregunta propuesta por una revista berlinesa famosa en la época, a la cual respondieron también varios pensadores en un momento en el cual el iluminismo de un movimiento cultural pasó a ser una forma de pensamiento que pretendía iluminar la mente de las personas, oscurecida por la ignorancia y la superstición, a través del uso de la crítica de la razón y la contribución de la ciencia.
Kant dirá que la ilustración no es más que la salida del hombre de la «autoculpable minoría de edad», que no es otra cosa que «la incapacidad de servirse de su propio entendimiento sin guía de otro» (usamos la edición española de la Editorial Cátedra de 2005). Autoculpable, porque se da «no por carencia de entendimiento, sino en la falta de decisión y valor para servirse por sí mismo de él sin la guía de otro». A partir de esta afirmación postula su lema para identificar a la Ilustración: sapere aude (atrévete a saber), expresión que toma del gran poeta latino Horacio y que la interpretará a través de la formulación: «Ten valor de servirte de tu propio entendimiento».
Y esto, porque, según Kant, la mayoría de las personas evitan hacer uso de su razón, ya que por negligencia dejan que otros hagan por ellos lo que le corresponde a su capacidad de entender. Así, dejamos que los tutores nos indiquen el camino de nuestro conocimiento, que los curas nos digan qué debemos creer y que los políticos nos muestren qué debemos obedecer.
¿Cómo hacer que esto no suceda? Simplemente usando nuestra libertad, aquella que nos permita «hacer siempre y en todo lugar uso público de la propia razón». Esto significa dar el paso y superar la pereza que tenemos de no hacer uso de nuestra capacidad de encontrar por nosotros mismos las respuestas a las preguntas que nos hacemos constantemente, particularmente sobre los aspectos de la religión, la vida social y la política.
Para Kant, lo contrario de hacer efectiva nuestra capacidad de hacer uso libre del entendimiento es la heteronomía de la razón, que no es más que la ausencia de su autonomía en vista de que se deja llevar por un poder externo a sí mismo. La expresión de esta heteronomía son los prejuicios, es decir, dar por verdadero aquello que otros han construido como respuesta a nuestras preguntas sobre la religión, la sociedad y la política. ¿Cómo superamos esto? Siguiendo tres principios del entendimiento: «Primero, pensar por sí mismos; segundo, pensar en el lugar de cada otro; y tercero, pensar siempre de acuerdo consigo mismo».
Si logramos que se desarrolle esta semilla de «la inclinación y vocación al libre pensar, este hecho repercute gradualmente sobre el sentir del pueblo, con lo cual este se va haciendo cada vez más capaz de la libertad de actuar».
Por eso Kant nos invita a tener el valor de servirnos de nuestro propio entendimiento, porque al fin y al cabo, al hacerlo, este nos llevará a liberarnos de los prejuicios, la herramienta de aquellos que en su autoritarismo nos dicen que tienen la verdad sin darnos razones para sustentarlo. Entonces, atrevámonos a pensar.
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