Creo que era la política más feliz en el Congreso estadounidense el pasado viernes luego de que el liderazgo republicano decidiera retirar la propuesta de ley en dicha cámara para reemplazar la reforma de salud autorizada bajo la administración del expresidente Barak Obama. Después de todo, fue durante su período como presidenta del Congreso cuando se aprobó la tan vilipendiada pero necesaria Ley de Acceso Asequible al Cuidado de Salud (ACA, por sus siglas en inglés y mejor conocida como Obamacare), que se convirtió en la principal afrenta a los republicanos y a la extrema derecha reunida en el Tea Party durante más de un lustro.
Resulta que, pese a que los republicanos tienen el control absoluto en Washington, el presidente actual del Congreso, Paul Ryan, no obtuvo suficientes votos de parte de sus correligionarios para defender una propuesta que desde el principio había nacido deficiente. Ryan argumentó que «hacer cosas grandes es difícil» y que tendrán tiempo para reflexionar sobre qué habría podido salir mejor. Pero los republicanos han tenido siete años para trabajar y mejorar la actual ley. La destrucción de Obamacare fue una de las principales promesas y el caballito de guerra durante las pasadas elecciones, que en gran medida les sirvió para ganar la presidencia, el Congreso y al menos siete legislaturas estatales en noviembre pasado.
Tres razones hay detrás de este primer fracaso que deja al actual inquilino de la Casa Blanca con un capital político severamente disminuido y su arte de la negociación en cómico entredicho. Una fue la incapacidad de obtener consenso en la misma bancada republicana, con una oposición frontal desde todos los ángulos: ni los moderados ni la extrema derecha se convencían de que la nueva Ley de Cuidado de Salud Americana (AHCA, por sus siglas en inglés) satisficiera sus intereses específicos. Además, tal parece que dejar esta tarea en Ryan, quien no ha destacado necesariamente como alguien con victorias legislativas significativas, no fue la mejor decisión.
En segundo lugar, la ingeniería política fue chambona. No solo no obtuvieron el apoyo de su bancada, sino que no presentaron la propuesta a los demócratas ni la discutieron con otros actores importantes del sistema de salud como las asociaciones de hospitales, de mujeres, de protección de niños o de jubilados, que naturalmente se opusieron a la medida, sobre todo después de conocerse cifras de que hasta 24 millones de estadounidenses perderían su seguro médico en los próximos nueve años. La estrategia de tratar de obtener votos a como diera lugar en una determinada fecha, incluso sin que varios de los representantes la hubieran leído o cuando para el Senado no representaba una prioridad, fue otro salto al vacío.
Finalmente, aunque esta es la razón del desahucio y el tiro de gracia, la organización y la resistencia ciudadanas influyeron en la decisión final de muchos congresistas republicanos. En cada distrito legislativo hubo una oposición constante de los ciudadanos, que, usando tácticas similares a las del Tea Party, inundaron con su presencia y con demandas claras las famosas reuniones de cabildo (o town halls) que los congresistas sostienen periódicamente con sus bases, o bien llamaron repetidamente a las oficinas de estos para expresar su rechazo a la ley. En realidad, la ACA todavía goza de mucha popularidad entre la ciudadanía estadounidense (54 % de aprobación), y el 71 % de los latinos consideran que la ley funciona y debería permanecer.
Como dice Edelberto Torres-Rivas, la incompetencia nos sale cara. No solo en los trópicos, sino también en este país donde la improvisación, el fundamentalismo ideológico y el nepotismo últimamente desplazan y denigran la política. Como dijera el mismo presidente frente a la magnitud del problema, el tema de la salud es complicado. Y el tema migratorio también es complicado. Y gobernar también es complicado. Efectivamente, no es lo mismo verla venir que bailar con ella. Al igual que Jimmy Morales en Guatemala, gobernar no es oficio de outsiders ni de payasos, sino de liderazgos firmes y comprometidos con el bien común, y no ocurrentes y frívolos, para tropas locas.
Más de este autor