El racismo es una de esas vergüenzas de la humanidad que, trágica, peligrosa y desgraciadamente, continúan vigentes y activas. Ha sido el motor de muchas de las tragedias humanas, como el Holocausto perpetrado por la Alemania nazi, la esclavitud y toda la estupidez de la supremacía blanca en los Estados Unidos (EE. UU.), y, sí, también el genocidio en Guatemala.
En la pequeña localidad de Charlottesville, un pueblo universitario del estado de Virginia, EE. UU., hay un parque en el que ...
El racismo es una de esas vergüenzas de la humanidad que, trágica, peligrosa y desgraciadamente, continúan vigentes y activas. Ha sido el motor de muchas de las tragedias humanas, como el Holocausto perpetrado por la Alemania nazi, la esclavitud y toda la estupidez de la supremacía blanca en los Estados Unidos (EE. UU.), y, sí, también el genocidio en Guatemala.
En la pequeña localidad de Charlottesville, un pueblo universitario del estado de Virginia, EE. UU., hay un parque en el que se encuentra una estatua ecuestre del general Robert Edward Lee, quien luchó en el bando confederado en la guerra civil o de secesión estadounidense. Los grupos de la extrema derecha radical estadounidense, que incluyen a los supremacistas blancos, al Ku Klux Klan y a los neonazis, consideran a Lee un «héroe» en la defensa de la esclavitud.
Por ello, las decisiones de las autoridades ediles de Charlottesville de, primero, renombrar el parque Lee a parque de la Emancipación y, segundo, remover la estatua ecuestre del general confederado produjeron la ira de los derechistas radicales extremos. Estos organizaron una manifestación con el lema «unir la derecha», prohibida, de conformidad con la ley del lugar, por contener expresiones de odio racial y neonazi.
Sin embargo, la manifestación se realizó el sábado pasado y es considerada ya la mayor marcha de supremacistas blancos en muchos años en EE. UU. Fue confrontada con una contramanifestación, lo que resultó en una jornada de violencia a causa de la cual ya se lamentan tres personas muertas y decenas de heridos. El fallecimiento de una de ellas y la mayoría de las víctimas de la violencia fueron producto de que un supremacista blanco embistió la contramanifestación con un vehículo al mejor estilo de nuestro Jabes Meda.
Debería preocuparnos y avergonzarnos mucho que esta tragedia en Charlottesville tenga mucho más en común con Guatemala que el horror de un energúmeno homicida al volante arrollando a un grupo de manifestantes. Guatemala y Charlottesville tienen en común la vigencia activa del odio racista: que haya gente que piense y defienda que un grupo racial es superior a otro.
¿Cuánta gente en Guatemala sigue creyendo que el maya es racialmente inferior al ladino? ¿O que, cuando un maya procrea con un ladino blanco, el maya sale ganando porque el cruce ayuda a mejorar la raza? ¿O que blanco y rubio es guapo, mientras que maya es feo? ¿Cuánta gente sigue diciendo indio por querer decir necio o estúpido? ¿Cuánta gente, aun con la mejor de las intenciones, le dice indito o indita a alguien porque siente y piensa que esta persona merece lástima por supuestamente pertenecer a una raza inferior? ¿Cuántos les tienen miedo a los indios porque son diferentes y peligrosos? ¿Cuántos se oponen a que haya un presidente maya?
Creo que Guatemala sí que ha avanzado en el esfuerzo por erradicar el racismo. Las leyes vigentes contra la discriminación son una prueba y, como consecuencia, la gente se cuida cada vez más de decir en público expresiones racistas. Pero, por desgracia, quizá lo que hace falta por lograr es mucho más que lo avanzado. Persisten comedias y chistes racistas (como los del programa Moralejas, en el que actuaba el presidente Jimmy Morales) y, aunque no se digan en público, las ideas y los sentimientos racistas continúan arraigados en las mentes y los corazones de las guatemaltecas y los guatemaltecos.
Angustia pensar que, con lo ocurrido el sábado pasado, Charlottesville lució vergonzosamente guatemalteca. Es una advertencia muy seria y grave de la bomba de tiempo cotidiana con la que vivimos en Guatemala.
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