Ilusamente creímos que al terminar el conflicto armado interno, a cuestas y tropezones, los rostros de la exclusión serían desterrados para siempre de nuestra sociedad. Y que un país sin miseria humana sería esa especie de tierra prometida que todos esperábamos al silenciarse los obuses y las ametralladoras. Mas no fue así. El racismo sentó reales en donde menos lo esperábamos y los sayones volvieron de un corto paseo.
Las injurias cometidas en el Congreso de la República contra la gobernadora de Alta Verapaz, doña Estela Ventura, retratan de manera perfecta el paquete que tenemos en ese sótano de la moralidad: diputados que se creen poco más que mesías, quienes, a falta de un acervo ético y cultural, han adoptado el personalismo del «así lo hemos hecho, así se hace y así se hará» porque ellos creen ser la democracia. ¡Válgame Dios! Su ignorancia y su autoritarismo solo demuestran que son sabandijas del caudillismo decimonónico (ojalá tengan diccionario).
Y lo más grave del momento es que el pueblo, que justamente hace un año comenzaba sus plantones para sacar del poder a la pareja presidencial, ahora parece adormecido. De nuevo ha regresado a los sueños de una participación de la sele en un Mundial, a las irrisorias ofertas religiosas de salvación y a la seducción por algunos tipos de vida que no son devenidos de nuestras costumbres y tradiciones.
En medio de esa batahola, los poderes fácticos han puesto a funcionar a los nuevos asesinos. Casi todos los orejas que yo conocí durante la guerra interna ya se murieron (y en qué terribles condiciones). Ahora son otros, de razones y rostros desconocidos, pero con el mismo palpitar frenético de la muerte en sus corazones. Así las cosas, el recién pasado miércoles 13 de abril, sujetos de ese tipo cegaron la vida de tres profesionales, todos ingenieros forestales, cuyo quehacer laboral estaba fincado en el Instituto Nacional de Bosques (INAB). Y académicamente sus afanes pivotaban alrededor de nuestro campus San Pedro Claver, S .J., de la Verapaz. Un alumno, un egresado y un profesor.
La formación de un ingeniero forestal es mayúscula. Requiere de mucha dedicación, tiempo y paciencia, tanto de alumnos como de profesores. Me pregunto: ¿tendrán idea los sayones del mal que hicieron no solo a las personas que mataron, sino a sus familias y a la sociedad? ¿Sabrán acaso cuántos ingenieros forestales hay en Mesoamérica? Solo para que se tenga una idea: de aquí, de nuestro campus, están yéndose a otros países en condición no de exiliados por falta de trabajo, sino de profesionales de valía que son apreciados como el agua misma.
Antonio Hortelano, en su Moral de bolsillo, explicita: «Una sociedad sana y estable es aquella que tiene un importante tejido social en la base. Con un tejido social fuerte es muy difícil que se produzcan aberraciones contra la ética». Y nosotros, los guatemaltecos, no queremos reconocer que somos una sociedad débil y en algunas categorías también enferma. Uno de esos estamentos es la clase política. No quieren entender que el concepto y la definición de política no es precisamente podredumbre, engañifa y argucia para mal obrar. Es todo lo contrario, como bien dice Fernando Bermúdez en su tratado Ética de la política: «La política es el medio por el que la sociedad busca que existan condiciones para que todos los hombres y mujeres vivan con libertad y a nadie le falte lo necesario para llevar una vida digna: tierra, trabajo, salario justo, vivienda, salud, educación, seguridad…».
Tenemos que sanear y fortalecer nuestra sociedad. Otra guerra como la que anuncian ciertos tambores que ya se oyen no sería una solución. No podemos seguir en la danza de la muerte. Empecemos entonces desterrando el racismo y a los racistas y siendo propicios a la vida.
Monseñor Gerardi, cuando era el obispo titular de la diócesis de Verapaz allá por 1968, decía con frecuencia en sus homilías en la catedral de Cobán: «No podemos disfrazar la triste realidad con un rostro bonito. No podemos llamar vida a la muerte. No podemos callar la verdad». Y ciertos sectores sociales —tan fufurufos como ignorantes— se escandalizaban. Decían que predicaba el comunismo.
¡Cuánto se habría evitado si hubiésemos escuchado! Empero, aún es tiempo. Es cuestión de voluntad.
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