Su lema cardenalicio lo sostuvo en su papado: «Miserando atque eligendo». Se traduce como: «Lo miró con misericordia y lo llamó». Sin embargo, bien podría interpretarse así: «Con misericordia, pero decidiendo». Digamos que el mismo signo, pero con un sustancial cambio de carácter en su emblema cardenalicio y hasta en su insignia papal. Y en guerra avisada no hay soldado muerto. Laudato si’ es una muestra de ello.
Indudablemente, la encíclica se sale del paradigma tradicional de los comunicados papales. Desde su nombre, que no está escrito en latín. Se trata del idioma umbro, lengua indoeuropea extinta que hablaba Francisco de Asís, el santo que ha inspirado a Jorge Bergoglio en cuanto a la renovación de la Iglesia.
La encíclica pareciera destinada a Guatemala. Ante lo que él llama «el gemido de la hermana tierra», denuncia la debilidad de las reacciones de quienes tendrían que haber protestado. Fustiga particularmente a la clase política: «… El sometimiento de la política ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las cumbres mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares, y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos» (numerales 53 y 54).
¡Ja! Como diría mi abuela materna: «¡Aló, líderes de opinión y prensa guatemalteca!».
Interesante es que el concepto ecológico que expone es totalmente holístico e incluye las tragedias que se ciernen sobre la humanidad cuando se daña a la naturaleza.
El numeral 21 es contundente: «Hay que considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domésticos y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería…».
Ante los cotejos de la denuncia de la encíclica y nuestra realidad guatemalteca, yo me pregunto: ¿qué clase de especie es aquella que destruye su entorno vital? Porque en eso nos hemos convertido nosotros los guatemaltecos. Y estamos fielmente reflejados en un segmento del numeral 53 que reza: «Nunca hemos maltratado y lastimado nuestra casa común como en los últimos dos siglos». Ciertamente así es. Baste observar a ojos vistas los desagües en que se han convertido los ríos para entender que hemos transformado nuestro otrora verde hogar en un foso de inmundicia.
Atrás de la destrucción del medio ambiente campea la corrupción. En el caso del río La Pasión, la prensa nacional enmudeció hasta donde fue posible. Los líderes comunitarios están siendo engañados ¿o comprados? para callar, los alcaldes de los territorios afectados se han vuelto camaleones, y las oenegés atinentes a la ecología muestran un comportamiento discreto.
La razón de actitudes tan serviles puede encontrarse en el numeral 26 de Laudato si’: «Muchos de aquellos que tienen más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas…». Y la clase política nuestra no tiene estatura moral ni dignidad suficiente para enfrentar al poderoso caballero que es don dinero. Menos la valentía para enfrentar las amenazas. La mayoría de nuestros políticos son viles, cobardes y aprovechados.
Y algo nos queda claro a quienes profesamos el cristianismo. Citando al patriarca ecuménico Bartolomé —de la Iglesia ortodoxa—, el papa Francisco ha declarado que «un crimen contra la naturaleza es un crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios» (Laudato si’, N. 8).
Ante tal reconocimiento, ojalá que los emporcados en el crimen del río La Pasión no se vayan a persignar antes de formular la próxima mentira.
Más de este autor