Pandemias que sacudieron la Historia, y un esbozo del futuro
Pandemias que sacudieron la Historia, y un esbozo del futuro
Algunas pandemias tuvieron efectos tan profundos que aceleraron los cambios políticos e instigaron la ruptura de estructuras sociales. La del COVID19 ya empieza a insinuar algunas consecuencias (geo)políticas.
En el año 541 se registró en el Mediterráneo y oeste de Asia la primera de tres pandemias causadas por la bacteria Yersinia pestis, un microorganismo que produce grandes inflamaciones en los nódulos linfáticos de la ingle y en las axilas, y en algunas ocasiones el surgimiento de manchas negras en las extremidades. Siglos después, esta bacteria llegaría a ser reconocida como la responsable de la infame peste bubónica (por los bubones o nódulos linfáticos inflamados ya mencionados), una enfermedad mortal que azotaría intermitentemente a varios países de Europa y otras regiones del mundo del siglo XIV en adelante. Aunque no se conocen las cifras exactas, varios historiadores consideran que la tasa de mortalidad de esta enfermedad en el siglo XIV osciló entre el 30 y el 40 %, e incluso algunos piensan que pudo haber llegado al 60 % en algunas regiones y ciertos estratos sociales.[1]
La plaga que golpeó en 541 a la región del Mediterráneo y oeste de Asia es conocida actualmente como la “Plaga de Justiniano”, en alusión al emperador romano de esa época, Justiniano I. La devastación comenzó ese año y se extendió episódicamente hasta el siglo VII, dejando como legado un largo trecho de muerte y desolación tras ella. Al igual que con sus sucesoras siglos después, las cifras exactas de mortalidad para esta plaga son muy desconocidas, pero algunos consideran que no sería descabellado pensar que fueron similares a las de la oleada del siglo XIV.[2]
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Más allá de las cifras alarmantes, la Plaga de Justiniano es recordada hoy en día por los efectos que posiblemente tuvo en la historia política de Occidente, ya que algunos historiadores consideran que entorpeció el esfuerzo de Justiniano por reconstruir el Imperio romano, y que de hecho afianzó la transición hacia la llamada Edad Media.[3] En particular, el historiador Josiah C. Russell piensa que la simple disminución de la población –que puede haber llegado hasta el 50 % en algunas regiones– propició una cascada de cambios (disminución de los ingresos tributarios, depresión económica, reducción de los ejércitos) que socavaron los sucesivos esfuerzos de Roma por centralizar el poder y terminaron de romper el antiguo imperio en regiones diferenciadas en términos culturales y gubernamentales.[4]
Los impactos políticos y sociales de la peste bubónica en el siglo XIV están mejor documentados. Esta peste, considerada la segunda “plaga” después de la de Justiniano, azotó primero a una parte del Imperio mongol en el año 1346, y de ahí se propagó como una gigantesca y devastadora llama hacia el Norte de África, Europa y Asia Occidental durante los siguientes siete años.[5] De acuerdo con las estimaciones más fidedignas, esta primera ola mató en torno a la mitad de la población que habitaba esas regiones, es decir, más o menos a 40 millones de personas.[6] La plaga golpearía nuevamente a esta zona en diferentes momentos durante medio milenio, por lo cual es considerada una de las más importantes en la historia de la vida humana.
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La peste bubónica generó varias de las manifestaciones del miedo a la muerte que cabría esperar en una situación tan aterradora como esa. La creencia común en los círculos cristianos de la época era que la enfermedad era un castigo de Dios por actos pecaminosos, y que se contraía por inhalar el “miasma” que flotaba en el ambiente, el cual afectaba el balance “humoral” que caracterizaba a un cuerpo humano saludable.
En ese contexto, surgió entonces el viejo fenómeno del “chivo expiatorio”, cuya característica principal es la creencia de que ciertos individuos encarnan el mal percibido y por lo tanto deben ser eliminados para “limpiar” el espacio físico y espiritual. En tal sentido, llaman la atención los reportes de ataques violentos en contra de judíos que eran percibidos como las vivas encarnaciones del mal, además de los que iban contra prostitutas y otros miembros de las clases marginales.[7]
En ese tiempo afloró también el Movimiento de los Flagelantes, compuesto por grupos de penitentes que viajaban de pueblo en pueblo, con sus torsos al desnudo y látigos al hombro, y que se flagelaban frente al público como un acto de sacrificio dirigido a Dios, para que los pecados de todos fueran perdonados.[8]
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A pesar de la devastación, del sufrimiento y de las manifestaciones de violencia propiciadas por el miedo y el prejuicio, la peste bubónica es considerada hoy en día por algunos historiadores como un parteaguas en la transición de Europa hacia la Edad Moderna. En contraste con lo que se dice sobre la Plaga de Justiniano, el planteamiento parece ser que la peste bubónica sentó algunas de las bases estructurales para que Europa entrara a una época de florecimiento y abundancia, marcada por el Renacimiento, la Ilustración y la Modernidad.
A grandes rasgos, el argumento es que la disminución de la población durante la primera ola trajo consigo un incremento en los salarios, una disminución en los precios y una mejora en las relaciones feudales entre amos y campesinos. Esto, a la vez, dio pie a una diversificación en la producción que llevó a innovaciones tecnológicas y a cambios significativos en los patrones de consumo. Las olas sucesivas durante los siguientes siglos propiciaron mejoras en los sistemas administrativos de salud pública y de gobernanza (para bien o para mal, dependiendo de la inclinación ideológica de cada uno), y además contribuyeron a cambiar las actitudes de Occidente hacia las enfermedades. Paulatinamente, las explicaciones científicas fueron ganando el favor público frente a los razonamientos que apuntalaban lo divino.[9]
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Aunque no todos los historiadores comparten esta mirada materialista y romántica de la peste,[10] lo cierto es que las pandemias pueden tener importantes efectos políticos y sociales en las sociedades que las padecen. Pueden ser inmediatos, como el fenómeno del chivo expiatorio o el surgimiento de otros actos de violencia, pero también de largo alcance, como los cambios administrativos y estructurales impulsados por las dos plagas mencionadas arriba. Los mecanismos que subyacen a todas estas cuestiones parecen ser varios y quizá dependan de la severidad del caso.
Como una primera aproximación, podemos decir que las pandemias amplifican sentimientos, reafirman prejuicios, intensifican tensiones, exacerban problemas, precipitan procesos e incluso pueden llegar a generar cambios estructurales, especialmente cuando se llevan consigo a millones de personas. Todo ello puede ocurrir como parte de la evolución relativamente natural de una pandemia, pero también por la manipulación consciente de la información y de las corrientes afectivas dominantes.
Un caso que ilustra bien este punto es el de la epidemia del cólera en Guatemala en el siglo XIX. El cólera es una enfermedad causada por la bacteria Vibrio cholerae, un microorganismo que causa una serie de síntomas particularmente desagradables en la persona que los padece. Estos síntomas, por lo general, incluyen fuertes dolores de estómago, diarrea y vómitos, que pueden llevar a una deshidratación severa e incluso a la muerte. La principal forma de contraer la enfermedad es tomar agua contaminada.
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La epidemia del cólera en Guatemala fue parte de una segunda pandemia de cólera que azotó al mundo en el siglo XIX. Hubo en ese siglo otras cinco pandemias de la misma enfermedad. La segunda pandemia comenzó en 1826 y se extendió hasta 1837, cuando golpeó a Guatemala. Esta oleada se caracterizó porque la enfermedad cruzó por primera vez el Atlántico, desde la India, Europa y África del Norte, y llegó a algunas regiones de Estados Unidos y América Latina. Excepto por la primera y la sexta, todas las pandemias del cólera en ese siglo afectaron más o menos a las mismas regiones.[11]
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En Guatemala, la pandemia entró por Belice y se propagó rápidamente por el resto del territorio. Seis años antes, en 1831, había llegado al poder el doctor Mariano Gálvez, un liberal que había comenzado a reformar algunas de las instituciones del país, a la luz de las ideas progresistas que emanaban de Europa y los Estados Unidos. Las reformas incluían cambios importantes en la administración de la justicia y de los cementerios, y en las instituciones del matrimonio y del divorcio, temas complejos que hasta entonces habían estado íntimamente ligados a la Iglesia Católica.
En un ambiente de tensión propiciado en parte por los mismos párrocos de la Iglesia que se oponían a las reformas, la epidemia del cólera vino a catalizar eventos que marcaron al país y resuenan todavía con el presente. Previendo la catástrofe por noticias que le habían llegado sobre el desarrollo de la pandemia en Europa algunos años antes, Gálvez había preparado toda una estrategia para pelear contra ella.[12] La estrategia incluía la construcción de hospitales temporales, la instauración de períodos de cuarentena y de cordones sanitarios, la repartición de medicamentos en las poblaciones afectadas, y hasta la distribución de un boletín informativo, llamado “Boletín de cólera”.[13]
A pesar de sus buenas intenciones, la estrategia fue socavada por los rumores que circularon en varios pueblos sobre los supuestos propósitos de la administración de Gálvez. En particular, los historiadores notan un rumor recurrente que decía que el gobierno había envenenado el agua y hasta los medicamentos que distribuía en los poblados afectados. El razonamiento era que el gobierno quería deshacerse de los campesinos para quitarles sus tierras y repartirlas entre extranjeros, una sospecha que se fundamentaba en el descontento popular por las concesiones de tierras a compañías colonizadoras internacionales que Gálvez venía haciendo desde hacía algunos años.[14]
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Los rumores surtieron el efecto deseado y varios pueblos se levantaron en contra de las amenazas percibidas. Las rebeliones se registraron en varios lugares, pero en el Oriente alcanzaron a sentar las bases para un verdadero levantamiento armado. Liderados por Rafael Carrera –una figura emblemática, de ascendencia mestiza, que marcaría el transcurso de Guatemala por los siguientes veintiocho años–, un grupo de disidentes de Mataquescuintla, en el antiguo distrito de Mita, se levantó en contra de los agentes estatales que habían sido enviados por la administración de Gálvez para distribuir medicamentos entre la población afectada. Según el historiador Ralph Lee Woodward Jr., los manifestantes forzaron a los agentes estatales a tomar el medicamento, que incluía láudano, un extracto del opio que puede ser fatal si se consume en grandes cantidades.[15] El levantamiento marcaría el inicio de una lucha armada que llevaría a Carrera a ser jefe de Estado y presidente vitalicio de Guatemala entre 1844 y 1865, año en el que murió, posiblemente de disentería.[16] Su mandato se caracterizó por la constante defensa de la Iglesia y de las causas populares, y por la tensión que mantuvo con grupos de conservadores, quienes lo veían como un caudillo al servicio de los pueblos indígenas, y temían que su ausencia diera lugar a una sangrienta guerra de castas.[17]
La epidemia del cólera de 1837 también magnificó ciertas características de las relaciones sociales en el país. En el contexto de la Europa industrializada del siglo XIX, el cólera era interpretado por los grupos dominantes como una enfermedad exclusiva de las clases marginales. En general, las clases altas europeas consideraban que el cólera era una enfermedad que le daba exclusivamente a las clases bajas (a “los pobres”), bajo el supuesto de que estas, por su naturaleza, tendían a vivir en condiciones insalubres y a involucrarse en todo tipo de actividades no higiénicas. La posibilidad de morir de una enfermedad de ese tipo, que además venía de la India (un lugar “no civilizado”), despertaba en las élites fuertes sentimientos de miedo existencial mezclados con una especie de vergüenza de clase.
En la Guatemala del siglo XIX, el cólera adquirió connotaciones similares entre las clases altas de Quetzaltenango, que habían ocupado hasta entonces una posición intermedia entre los pueblos indígenas de Occidente y las élites criollas de la capital. De acuerdo con el historiador Greg Grandin, la epidemia creó la oportunidad para que estas élites enarbolaran la identidad ladina, entendida como la negación del indígena y la exaltación del mundo europeo, que había ido cuajando desde la época colonial.[18]
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Con un dejo más allá de las acusaciones de sus contrapartes europeas, las élites quetzaltecas definieron al cólera no sólo como una enfermedad de los pobres, sino como una enfermedad de los indígenas pobres, a quienes achacaron todo tipo de problemas con la higiene, que abarcaban desde su forma de vestir, hasta el licor que consumían.[19] La asociación permitió que las élites se definieran a sí mismas en oposición como seres pulcros e iluminados que podían sacar de la crisis al resto de la población y tomar las riendas del país si fuese necesario.[20] Tres décadas después, esta idea cobraría aún más fuerza con la Revolución Liberal y la consolidación de un aparato estatal al servicio de los cafetaleros.
¿Qué podemos esperar de la pandemia que nos aqueja actualmente? Aunque el sufrimiento ha sido grande, el tiempo transcurrido aún no es tan largo como para poder establecer tendencias claras hacia el futuro. Sin embargo, a escasos tres meses desde que los primeros casos de coronavirus fueron reportados en Wuhan, China, llaman la atención ya los múltiples ataques xenofóbicos y racistas que han ocurrido en diferentes partes del mundo.
Los reportes hablan en su mayoría de actos de violencia en contra de personas con rasgos fenotípicos “asiáticos”,[21] una tendencia que algunos atribuyen a la forma en que los medios occidentales han representado a la pandemia.[22] Los ataques se han reportado en Estados Unidos y en Europa, pero también en varios países asiáticos y hasta en la misma China.[23] En una conferencia de prensa, el propio presidente estadounidense, Donald Trump, se refirió al virus como el “virus chino”, acto que fue inmediatamente condenado por una periodista que estaba presente en el evento.[24]
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Además de estos ataques, llaman la atención los disturbios y las protestas que han ocurrido en algunos países. En Italia, el país que más muertes por coronavirus ha registrado hasta el momento (11,591 al 31 de marzo de 2020), se dieron varias protestas violentas en el norte y en el sur a principios de marzo, protagonizadas por reclusos del sistema penitenciario que se oponían a las estrictas medidas de cuarentena impuestas por el gobierno.[25] En el sur –una región históricamente más pobre que la del norte, y no tan bien equipada para lidiar con una crisis como esta–, los medios han hablado de saqueos a supermercados, al parecer instigados por grupos que se relacionan con el crimen organizado, y alimentados por el impacto que han tenido la cuarentena y el miedo a que la situación se agrave tanto como lo ha hecho en el norte.[26] Al otro lado del Atlántico, en Brasil, varios “cacerolazos” han sido reportados en contra del presidente, Jair Bolsonaro, provocados en gran medida por cómo este ha minimizado la pandemia y por las medidas inadecuadas que ha tomado para pelear contra ella.[27]
En Irán, uno de los cinco países en los que más muertes por coronavirus se han registrado (2,898 al 31 de marzo de 2020), y en donde varios funcionarios públicos han contraído la enfermedad, la situación parece ser sumamente complicada. Después de varias semanas de minimizar la epidemia, manipular las cifras oficiales y amedrentar a su población,[28] el gobierno iraní implementó una cuarentena a medias hace tan solo un par de semanas. Según algunos analistas, la reticencia se debe a que el gobierno no quiere mover más las aguas en una población ya de por sí descontenta ni romper los lazos económicos que ha establecido con China, factores que aúnan a la falta de experiencia con este tipo de situaciones y a principios ideológicos.[29]
Al igual que en Italia, en Irán se han dado motines en algunas prisiones, alimentados en parte por el miedo de los reclusos a contraer la enfermedad, y por el descontento con las medidas de liberación selectiva de prisioneros que el gobierno ha implementado durante las últimas semanas.[30] Junto con Brasil, la situación en Irán ilustra cómo una pandemia puede llegar a intensificar tensiones preexistentes.
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A pesar de estar en las fases iniciales de la pandemia, algunos medios hablan ya de las consecuencias políticas que esta puede tener en la arena internacional. En particular, algunos analistas se han enfocado en cómo las distintas respuestas de Estados Unidos y China pueden precipitar cambios en el orden global que han venido sucediendo desde los años ochenta.
En un artículo publicado en la influyente revista Foreign Affairs, los expertos en el tema Kurt M. Campbell y Rush Doshi argumentan que las respuestas a medias e inadecuadas de Estados Unidos pueden ser aprovechadas por China, país que cometió errores al inicio, pero que a medida que han pasado los días, ha asumido el liderazgo y cuenta ahora con toda una campaña diplomática para transmitir las lecciones que ha aprendido, y se perfila además como el principal fabricante de los productos que demanda la pandemia.[31]
Para Paul Haenle, otro experto, la crisis ha afectado mucho las ya de por sí tensas relaciones entre China y Estados Unidos, y aunque los planes regionales del gigante asiático puedan verse diferidos, la situación ha abierto la oportunidad para que perfile nuevas organizaciones transnacionales dedicadas a la salud global, las cuales podrían competir con la Organización Mundial de la Salud.[32]
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Es todavía muy temprano para poder ver todo lo que va a dejar esta crisis, pero los ejemplos mencionados arriba comienzan a bosquejar algunas de las situaciones que podrían marcar el ritmo en los meses venideros.
Quedan todavía muchísimas preguntas sin responder. ¿Qué efectos va a tener la pandemia en los países en los que han muerto y probablemente seguirán muriendo miles de personas, como Italia, España y Francia? ¿Qué ocurrirá si comenzamos a observar las mismas tasas de mortalidad en países menos preparados para enfrentar una crisis como esta? ¿Qué consecuencias tendrán las altas tasas de desempleo proyectadas para regiones ya de por sí golpeadas económicamente, como América Latina y el Caribe?[33] ¿Podría esta pandemia, a la larga, impulsar mejoras en los sistemas de salud pública alrededor del mundo, como ha ocurrido con otras pandemias en la historia?
Las respuestas a estas preguntas comenzarán a vislumbrarse en los próximos meses. Mientras tanto, lo que podemos hacer es repetir una y otra vez las palabras del autor de uno de los relatos más vívidos de una pandemia como esta: “El miedo al peligro es diez mil veces más aterrador que el peligro mismo”.[34]
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