El caldo de cultivo es la incertidumbre y la necesidad de los seres humanos de esperar en algo o en alguien que les evite contraer la peste o les mitigue las consecuencias de la enfermedad, entre ellas la muerte.
Las falsedades aparecen en espectros tan amplios que van desde supuestas curas milagrosas hasta bulos malintencionados que no pocas veces provienen de grupos interesados en hacerse de una cuota de poder político o económico o en afianzarse a ese poder, porque, si hay un fenómeno que siempre pone en trapos de cucaracha a los gobernantes del mundo, ese fenómeno es precisamente la monstruosidad de una peste.
Entre las noticias falsas que me han provocado risas algunas veces y mucha cólera en otras figura la especulación generada durante esta pandemia de covid-19 relacionada con la posibilidad de la implantación de un nanochip inmerso en cada vacuna y cuyo propósito sería el control mundial de la población. A decir verdad, me provoca mucho enojo cuando la escucho de labios de personas profesionales, incluso de graduados a nivel de licenciatura o de maestría.
Históricamente, una de las expresiones de esos bulos es el endoso que se hizo al gobierno de Mariano Gálvez de un supuesto envenenamiento del agua que bebían los pobladores del oriente y de la capital de Guatemala. Se trataba de la epidemia de cólera morbus que sentó reales en nuestro país a principios de 1837. En esa ocasión hubo una manipulación de la información que dio al traste con el régimen de Gálvez.
También ha habido otras desinformaciones risibles e innecesarias (y muy actuales), como escuchar a presidentes decir que el manejo que han hecho de las epidemias (desde sus torres de mando) ha sido un ejemplo para el mundo. Risibles en cuanto a las mentiras, que no se las creen ni sus propias familias, e innecesarias porque todos sabemos que ningún gobierno estaba en condiciones óptimas de enfrentar semejantes desastres.
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Asimismo, existen vínculos mentirosos que han relacionado el aparecimiento de una peste con desórdenes morales, religiosos, políticos y de otra índole como prácticas esotéricas o de hechicería. Esas creencias, a nivel mundial, han provocado muertes innecesarias y desviación de la atención de aquellos hechos que sí era necesario atender, como las medidas de prevención o los tratamientos correctos. Un caso patético durante la peste negra (1348-1350) fue el surgimiento de los flagelantes, que hubo de ser aplastado en 1349 por Felipe VI de Francia y por el papa Clemente VI, quienes, debidamente amparados por la ciencia y por la fe y con el apoyo de la Universidad de París, declararon que el azotamiento no provenía de ninguna inspiración divina.
Ni qué decir que ese tipo de desinformaciones se presta para que los estafadores y los charlatanes hagan de las suyas. Ya en el período mencionado (1348-1350) se documentaba cómo uno de esos lenguaraces (al mejor estilo de un político en tiempo de campaña electoral) vendía unas pequeñas botijas que contenían fragmentos de las tinieblas de la eternidad. Y el costo no era poco.
Hoy, como si el tiempo se hubiese detenido en el siglo XIV, dos categorías están bajo el asedio de ese perverso dinamismo de la desinformación. Estas categorías son la ciencia y la fe. De la ciencia, ya argüimos cómo hasta las vacunas y los antivíricos prontos a salir en beneficio de la humanidad están siendo cuestionados por las personas menos idóneas para hacerlo. Y de la fe y de la Iglesia, baste con dar una ojeada en las redes sociales para percatarnos de que el mal, transmutado en bulos y en fake news, saca textos de su contexto para hacer de las suyas. Y no faltan los fieles creyentes de esas incoherencias, que en el peor de los casos se convierten en sus pregoneros desde un talante casi doctoral.
Bien dijo el papa Francisco el 6 de septiembre, cuando predicaba sobre la necesidad de corregir en privado, que «el chisme es una peste más fea que el coronavirus». Y esa peste debe ser desechada para que no nos desestabilice emocionalmente. Porque, si perdemos la paz interior, no vislumbramos la esperanza.
Recordemos: el final de esta pesadilla llamada covid-19 está muy cerca, y para llegar a puerto seguro es preciso hacer caso omiso de las desinformaciones.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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