La dominación tiene una base material e histórica, pero se expresa y realimenta a través del lenguaje. Un ejemplo local es el voseo unilateral caracterizado por Emma Chirix[1] (2014), tan común que pasa inadvertido para la mayoría. Es decir, no es el voseo entre iguales, sino el voseo para impartir instrucciones.
«Chavo, traeme la cuenta».
«María, ¿a cómo tenés estos?».
«Vos, echame un lustre».
Otra manifestación del po...
La dominación tiene una base material e histórica, pero se expresa y realimenta a través del lenguaje. Un ejemplo local es el voseo unilateral caracterizado por Emma Chirix[1] (2014), tan común que pasa inadvertido para la mayoría. Es decir, no es el voseo entre iguales, sino el voseo para impartir instrucciones.
«Chavo, traeme la cuenta».
«María, ¿a cómo tenés estos?».
«Vos, echame un lustre».
Otra manifestación del poder es la sustitución de conceptos. Así, en Guatemala se da por llamar colaboradores a los empleados, algo que en la superficie parece inofensivo, pero que se acompaña de un esfuerzo sistemático por romper con las escasas salvaguardas del contrato laboral.
Algo similar pero más complejo ocurre en torno a los derechos humanos, que de alguna manera simbolizan la visión liberal y secular de la ciudadanía, entendida esta como una condición negada a amplios sectores de la población mundial. Así, los derechos humanos de primera y segunda generación, inspirados en la Revolución francesa, eran y siguen siendo negados en Francia a la pobrería emigrada del antiguo imperio. Dicho en otras palabras, aun en sociedades desarrolladas los derechos humanos siguen teniendo fronteras que, como en el pasado, se conquistan por diferentes vías. De esa cuenta, y por dar solo tres ejemplos, en países desarrollados y en Guatemala las mujeres siguen demandando igualdad y equidad, los pueblos indígenas resisten despojos históricos y los grupos LGBTIQ construyen identidades transgresoras en demanda de libertad.
Como usted ya habrá advertido, estamos hablando de derechos humanos en el lenguaje escrito y verbal, que se cumplen en atención a la configuración del poder. Esos derechos, entonces, también son objeto de malabarismos semánticos. Y en el caso guatemalteco es hegemónica la satanización de los derechos humanos en el imaginario popular. Esta operación, que ha llevado décadas de propaganda, ha sido instrumentalizada con la complicidad de empresas noticiosas y se basa como mínimo en dos discursos:
- Posicionar la propiedad privada individual y la libertad para celebrar contratos como derechos inalienables o naturales, y nunca como derechos humanos. Nótese que no importa mucho el origen de la propiedad, como tampoco las injusticias que pueden derivarse de los contratos. El asunto en su complejidad incluye el imaginario individualista, donde todo puede ser mercancía, incluso las personas.
- Protegidas la propiedad y la libertad, lo que sigue es degradar los restantes derechos humanos a un conjunto de demandas provenientes de la marginalidad, caracterizadas por ser absurdas y por su peligrosidad para los sagrados derechos de propiedad y de libertad para hacer negocios. Estos derechos humanos degradados se asocian a un colectivo perverso e izquierdoso internacional que vela por el bienestar de la delincuencia y que impide la aplicación de la pena de muerte y la mano dura, entre otros delirios.
Como resultado de lo anterior encontramos que, cuando un empresario es sometido a proceso judicial por evasión de impuestos o por actos de corrupción, las cámaras empresariales exigen un debido proceso, pero en realidad, aunque no lo admitan, están exigiendo el respeto de los derechos humanos de esa persona. Y en contraste, si un menor bajo la protección del Estado se amotina, se habla entonces de los derechos humanos, pero en un código negativo. Lo mismo ocurre, por citar dos ejemplos, cuando un colectivo reclama derechos sobre un territorio o cuando las trabajadoras en casas particulares se atreven a demandar condiciones menos injustas de trabajo.
Por esas y otras razones se está librando una batalla para la elección del titular del Procurador de los Derechos Humanos (PDH). Dicha batalla es la continuación de un esfuerzo cotidiano porque, como afirmó Carlos Figueroa Ibarra, «los conceptos son territorios en disputa». Y, en efecto, cada día se construye hegemonía y es el interés de ciertos grupos que usted crea que los derechos humanos son un obstáculo para el desarrollo. Y, lo más importante, esos grupos quieren que usted ignore que tiene derechos individuales y colectivos que pueden ser exigidos.
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[1] Chirix García, E. D. (2014). «Subjetividad y racismo: la mirada de las/los otros y sus efectos», en Tejiendo de otro modo: feminismo, epistemología y apuestas descoloniales en Abya Yala. Popayán: Editorial Universidad del Cauca.
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