Comencé a contar una historia en donde llaman a la puerta y vi tus ojos abrirse y supe que pensabas que no debería haber visitas. Te imaginé escuchando el sonido de alguien al otro lado de la puerta y estabas ahí, de pie, con el peso que te provoca ser ahora un cúmulo de días mal logrados, como es propio de los días en tu país. Ahí, de pie, como una multitud de quejas y dolores queriendo asomarse a observar lo inevitable para luego volver a la cama a mal dormir antes de convertirte de nuevo e...
Comencé a contar una historia en donde llaman a la puerta y vi tus ojos abrirse y supe que pensabas que no debería haber visitas. Te imaginé escuchando el sonido de alguien al otro lado de la puerta y estabas ahí, de pie, con el peso que te provoca ser ahora un cúmulo de días mal logrados, como es propio de los días en tu país. Ahí, de pie, como una multitud de quejas y dolores queriendo asomarse a observar lo inevitable para luego volver a la cama a mal dormir antes de convertirte de nuevo en un autómata que intenta imitar movimientos de ser vivo y al final se limita a realizar lo ineludible. Pero, antes de que pudiese siquiera terminar de imaginarte, vi pasando por tu cara algo que parecía decir que quien llamaba a la puerta eras tú queriendo salir. Y tu mano apretaba el picaporte con la fuerza con la que hubieses querido dar un último abrazo. Y no decías nada. Y había tanto silencio que se escuchaba el sonido del aire moviendo telas blancas en calles vacías.
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Al fin tu mano se cansó y tuviste que soltar y quitarte de la cara las confesiones involuntarias de tus días de encierro. Volviste a la silla donde te gusta sentarte y yo intenté decirte algo que no te recordara el mundo y el peso que te provoca, pero nada salió de mi boca y tú seguiste intentando llenar las horas que nos iban quedando con algo más que tareas mediocres. Quería que recordaras por qué estamos esperando. Sin embargo, te opusiste a la espera. Porque esperar requiere no hacer nada, y tú, tú tenías que hacer algo para no volver a la puerta. Pero el tiempo siempre es demasiado. Y entonces cambiaste el picaporte por el teléfono y otra vez tu cara traicionándote comenzó a confesarme que estabas viendo cómo las noticias y la ciencia, sin saberlo, hablaban de lo que amas. Y vi tus ojos abrirse y sentir la herida de la vida. Y dejaron de importarte los vecinos indiscretos. Y encendiste las luces de adentro, donde estaba oscuro, y dijiste «no es normal que el agua no se mueva» mientras pasaba por tu cara algo que parecía decir «tal vez no haya mañana».
Estuviste en silencio más de lo que hablaste. No te había visto antes mentir tanto con tan pocas palabras. Estuviste intentando negar la separación a través del teléfono durante días. Quería que recordaras el sonido de lo que te hace falta, pero no pude contarte más historias. Te vi abrir los brazos, y juntos nos refugiamos en el día que estaba terminando. Cuando nos callamos, pude verme a mí y me vi siendo mi propio encierro, esperando como se espera un parto el día para volver a lo ordinario, con el miedo de que, cuando llegue el día en que tengamos que darnos a luz a nosotros mismos, no estemos listos, como no lo estuvimos para nada de lo que nos ha sobrevenido. Me vi viendo hacia afuera desde el encierro de esta humanidad pasiva.
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